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                                                                                                                              Acomplejados

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                                                                                                                              Procedí entonces a comprar uno nuevo, consciente de estar abonando mi granito de arena a las estupendas regalías de Eduardo Galeano, cuyo popular libro lleva, desde 1971, la bobadita de 78 ediciones tan solo en el FCE. Ahora, gracias al regalo de Hugo Chávez a Obama, habrá más.

                                                                                                                              Este libro efectista y rimbombante se me fue despintando con los años, no tanto por las inexactitudes o salidas de contexto que le señalaron, sino por un grave problema de fondo: Galeano es una expresión consumada del viejo complejo de inferioridad que nos afecta a los latinoamericanos, según el cual somos meras víctimas de lo que nos viene de afuera. Para los relatores locales del complejo, nunca nada es hechura nuestra: lo que sucede siempre es que viene el míster, viola a la pulcra muchacha latina, patea la mesa, se lleva la plata y no pasa nada, como no sea que los hermanos e hijos de la muchacha nos amargamos un poco más.

                                                                                                                              Galeano agrega a su análisis un elemento macabro: si queremos dejar de ser víctimas, no sirve nada distinto de una revolución sangrienta que expulse a los extranjeros y a sus amigos, los traidores. Muchos jóvenes de los años setenta, intoxicados por el brillo de las ideas fatalistas entonces en boga, se alzaron en armas e hicieron, por ejemplo, la catastrófica Revolución Sandinista. La violencia —se les había olvidado advertírnoslo a los Galeanos— no solo no es la solución, sino que tal vez sea la peor parte del problema. Así, con la formulita de Galeano y sus semejantes retrocedimos en vez de avanzar. ¿Y ahora qué? Ahora nada, a menos que alguien descubra en algún rincón de cada país inmensos pozos de petróleo que le permitan al mandamás corromper a un público ya de por sí desorientado. Lo otro sería cerrarnos como ostras.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Citemos, entre los temas preferidos del libro, apenas el del caucho. Aunque este árbol es originario de la América ecuatorial, a partir de la Segunda Guerra Mundial se cultiva en el sureste de Asia, en Indonesia, Malasia y Tailandia, de donde hoy sale más del 90% del caucho natural del mundo. ¿Son tan superiores los orientales? Lo dudo mucho. Aparte de la existencia de un viejo problema sanitario solucionable con ayuda de una tecnología mediana, quizás la otra ventaja con que ellos cuentan sean sus regímenes laborales bastante menos generosos que los de aquí.

                                                                                                                              No obstante, hay algo que brilla por su ausencia: no son acomplejados. Si uno pasa revista a la historia de los países del Extremo Oriente, podría escribir decenas de tomos a lo Galeano, pero por ninguna parte encontrará el fatalismo paralizante. La muchacha pueblerina de allá no se deja violar con tanta facilidad.

                                                                                                                              Son muchos los latinoamericanos que nunca padecieron el complejo de las venas abiertas. Ni Borges, ni García Márquez, ni los futbolistas brasileños. En política, sin embargo, aceptamos el horizonte de las expectativas reducidas, el “no se puede”. ¿Por qué? Porque en el pasado no se pudo. ¿No será entonces que hay que recurrir a un verdadero quiebre epistemológico y empezar a poder?

                                                                                                                              Ignoro de dónde viene el complejo de inferioridad colectivo que antecede con mucho al libro de Galeano, pero creo que es hora de darle cristiana sepultura. Yo encimaría varias cajas selladas de Las venas abiertas, su vulgata.

                                                                                                                              andreshoyos@elmalpensante.com

                                                                                                                              PARA ESCRIBIR ESTA COLUMNA ME puse a buscar mi viejo ejemplar de Las venas abiertas de América Latina, pero se lo había tragado la selva.

                                                                                                                              Procedí entonces a comprar uno nuevo, consciente de estar abonando mi granito de arena a las estupendas regalías de Eduardo Galeano, cuyo popular libro lleva, desde 1971, la bobadita de 78 ediciones tan solo en el FCE. Ahora, gracias al regalo de Hugo Chávez a Obama, habrá más.

                                                                                                                              Este libro efectista y rimbombante se me fue despintando con los años, no tanto por las inexactitudes o salidas de contexto que le señalaron, sino por un grave problema de fondo: Galeano es una expresión consumada del viejo complejo de inferioridad que nos afecta a los latinoamericanos, según el cual somos meras víctimas de lo que nos viene de afuera. Para los relatores locales del complejo, nunca nada es hechura nuestra: lo que sucede siempre es que viene el míster, viola a la pulcra muchacha latina, patea la mesa, se lleva la plata y no pasa nada, como no sea que los hermanos e hijos de la muchacha nos amargamos un poco más.

                                                                                                                              Galeano agrega a su análisis un elemento macabro: si queremos dejar de ser víctimas, no sirve nada distinto de una revolución sangrienta que expulse a los extranjeros y a sus amigos, los traidores. Muchos jóvenes de los años setenta, intoxicados por el brillo de las ideas fatalistas entonces en boga, se alzaron en armas e hicieron, por ejemplo, la catastrófica Revolución Sandinista. La violencia —se les había olvidado advertírnoslo a los Galeanos— no solo no es la solución, sino que tal vez sea la peor parte del problema. Así, con la formulita de Galeano y sus semejantes retrocedimos en vez de avanzar. ¿Y ahora qué? Ahora nada, a menos que alguien descubra en algún rincón de cada país inmensos pozos de petróleo que le permitan al mandamás corromper a un público ya de por sí desorientado. Lo otro sería cerrarnos como ostras.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              No obstante, hay algo que brilla por su ausencia: no son acomplejados. Si uno pasa revista a la historia de los países del Extremo Oriente, podría escribir decenas de tomos a lo Galeano, pero por ninguna parte encontrará el fatalismo paralizante. La muchacha pueblerina de allá no se deja violar con tanta facilidad.

                                                                                                                              Son muchos los latinoamericanos que nunca padecieron el complejo de las venas abiertas. Ni Borges, ni García Márquez, ni los futbolistas brasileños. En política, sin embargo, aceptamos el horizonte de las expectativas reducidas, el “no se puede”. ¿Por qué? Porque en el pasado no se pudo. ¿No será entonces que hay que recurrir a un verdadero quiebre epistemológico y empezar a poder?

                                                                                                                              Ignoro de dónde viene el complejo de inferioridad colectivo que antecede con mucho al libro de Galeano, pero creo que es hora de darle cristiana sepultura. Yo encimaría varias cajas selladas de Las venas abiertas, su vulgata.

                                                                                                                              andreshoyos@elmalpensante.com

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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