Tratar de entender el tiempo presente comparándolo con otros tiempos es una tentación ubicua, aparte de descaminada. Gústenos o no, los tiempos nuevos tienen ese elemento constitutivo: no son repetición de nada y, por lo tanto, exigen un análisis autónomo. Claro que los antecedentes importan y nos dan lecciones, si bien la lección más importante de todas es que el aspecto determinante de lo nuevo hay que entenderlo con herramientas nuevas, o por lo menos muy remozadas y recalibradas.
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Vamos al ejemplo más candente de todos: Putin. Este señor es un dictador contemporáneo, así tenga antecedentes. Sin embargo, es diferente de los zares, de Lenin y de Stalin, para mencionar apenas a los antepasados más problemáticos. Tampoco es como Hitler, por la simple razón de que Putin no ha tenido triunfos resonantes seguidos al comienzo de la guerra. La conquista y destrucción de Ucrania no ha tenido lugar, pese a los colosales daños infligidos, y ya van para cuatro años. Otra gran novedad es que Zelenski y sus compañeros están destruyendo una parte importante de la industria petrolera y energética rusa, algo que no pasó, al menos no de la misma forma, en el pasado. No sobra recordar que, al final, Hitler perdió y fue borrado del mapa, tras causar cientos de millones de muertos.
Trump es también una calamidad nueva que, sin embargo, va a durar harto menos de lo que se teme. En 2026 vienen las midterm elections (elecciones de mitaca, les decíamos en Colombia a otras semejantes). Ahí lo más probable es que el Partido Republicano tenga un bajón. ¿Qué tan grande? Si pierde el control de ambas cámaras legislativas, lo que es posible, su perspectiva se oscurece el todo. Si mantiene al menos la paridad en una de las dos, algo podrá seguir haciendo, aunque menos, dado que va a haber menos gobernadores y alcaldes republicanos. Me dirán que nada de eso es seguro y por supuesto que no lo es. Son las probabilidades. Igual, en 2028 habrá presidenciales en Estados Unidos y, de nuevo, las perspectivas lucen desfavorables para la derecha.
El conflicto en el Medio Oriente –Israel, Gaza, el Líbano, Irán– es endiablado. Sin embargo, no es nuevo así ahora luzca más dramático. Por lo demás, allá no se enfrentan la democracia liberal contra la autocracia, porque Israel no simboliza de ningún modo a la democracia plena al tiempo que Hamás, Hezbolá y los ayatolas iraníes menos. Es un conflicto entre dos formas fanáticas y religiosas de ver el mundo, y por eso mismo van a seguir en las mismas durante décadas.
Si pasamos a la América Latina, la mayoría de los líos de hoy son nuevos, así tengan precedentes. Maduro ni siquiera se parece a Manuel Noriega. ¿Y las acciones imperialistas de Estados Unidos y la Doctrina Monroe son como las de ayer? No, aunque falta ver si Trump permite que el dictador venezolano lo humille permaneciendo en el poder, tras el intenso tire y afloje reciente. A mí algo me dice que Maduro y Diosdado van a salir del poder, a pesar de que seguro no estoy.
En fin, todavía no estamos en la Tercera Guerra Mundial. Lo de Ucrania es de extrema gravedad, pero no hay combates en los países vecinos. Una guerra mundial tiene que involucrar –¿qué sé yo?– al menos a media docena de países. Las anteriores tomaron un año en desatarse con toda la fuerza. Ahora ya vamos para cuatro de un conflicto encarnizado, aunque localizado. Sí, la democracia está en crisis, si bien su derrota no se vislumbra. ¿Qué mañana las cosas van a empeorar? Pues mañana se verá.