
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Habiendo entregado la primera versión de esta columna, en la que hablaba de los ríos de gente que salieron a las calles de Bogotá y Colombia el domingo 15 de junio, me llega la dolorosa noticia de que, por “sangrado intracerebral agudo”, debieron volver a operar de urgencia a Miguel Uribe Turbay, objeto de las marchas, situación que bien podría tener un desenlace fatal. Semejante desenlace multiplicaría por varios dígitos las apuestas políticas que ahora hacemos en el país. Sobre todo, no se puede olvidar que el esquema de protección de Miguel Uribe Turbay disminuyó extrañamente el día del atentado, de siete a tres personas. ¿Quién dio esa orden? El propio presidente Petro no lo sabe, aunque vaya que le cabe una gran responsabilidad por su irresponsable belicosidad, dirigida, entre otras personas, al senador Uribe.
La gravedad de la salud del senador vuelve todavía más valiosas las marchas. Sumando las muchas ciudades de Colombia, la asistencia fue inmensa, de eso no cabe duda, mucho mayor que las de las marchas gobiernistas de los últimos meses. Tan grande fue la Marcha del Silencio, que el propio presidente quiso robársela e interpretar como apoyo el silencio que por lo general se guardó, aunque no siempre. Vaya oportunismo. El lema sí era #FuerzaMiguel, pero el tono antipetrista de la gente era inocultable. Ahora, si Miguel muere, el antipetrismo del país se va a acentuar mucho.
Diga lo que diga, Petro tiene perdido el pulso de las calles. Hay quien opine que eso no es tan importante, si bien el propio presidente es el primero en darle importancia. Para él, el constituyente primario es el pueblo que, según trina Gustavo Gómez Córdoba, “resultó ser algo más diverso que la conveniente definición oficial”. “El presidente sostiene que la verdadera democracia es la que se expresa de manera tumultuosa en las calles”, dijo Humberto de la Calle a Cambio. “Me parece que la evaluación más dura... podrá ser la del tribunal de la izquierda. Con un poco de realismo, recorriendo un camino menos frenético, hubiese obtenido mayores resultados. No se puede descartar que la izquierda considere esta oportunidad como un desperdicio histórico...”, siguió.
Sobra decir que las marchas no implican nada para el problema más urgente del Gobierno, que es el de ingresos y gastos, o, para decirlo en forma sencilla, del déficit que se acumula y que hace un poco las veces de una pesada piedra de molino atada al cuello del Estado. Hagas ruido o no, te hundes.
¿Regreso al pasado? Sí y no, o todo lo contrario. ¿Habrá otra vez un estallido social como el de 2021? Pues al menos no contando con las inmensas multitudes del domingo 15 de junio y menos si les (nos) toca entrar en luto. Lo que en cambio es previsible es que el balance de las fuerzas políticas gire a favor de la oposición, quizá por bastante, y que el Gobierno pierda “parte de su ya precaria gobernabilidad”, como escribe Juan Carlos Echeverry. Rodrigo Uprimny, columnista colega y prestigioso jurista, propone por enésima vez y con clarísima ingenuidad un “gran acuerdo nacional” para salir del embrollo. Eso mismo ha propuesto el cardenal Luis José Rueda. Ok, se podría intentar, pero ¿quién lo celebraría de parte del Gobierno? Petro tendría que asumir la iniciativa y él ni siquiera lo está intentando mientras Miguel Uribe agoniza. Sigue siendo el mismo intransigente que ha sido toda la vida. Uno incluso lo ve desautorizando sus propios mensajes equilibrados.
En fin, yo tampoco tengo idea de para dónde va este lío.
