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No me refiero al personaje de Disney, aunque vaya uno a saber si Donald Trump no parece salido de una historieta. De todos modos, “pato cojo” le dicen en Estados Unidos a los presidentes al avanzar en su segundo y último período, digamos, al comienzo del tercer año. Desde cuando Franklin Delano Roosevelt murió en el poder tras su cuarta elección, se instituyó una enmienda constitucional, la 22, que prohíbe el tercer mandato en cualquier forma. La cojera del pato se puede anticipar incluso al primer año de la segunda administración, o sea al quinto en el poder, cuando el incumbente sufre un golpe fuerte que preludie un intrascendente final de mandato. Fue lo sucedido en las recientes elecciones para alcaldes y gobernadores, cuando los candidatos afines al señor del peluquín sufrieron casi todos, y en particular los importantes, grandes derrotas.
Me dirán que algunos de los beneficiados del pasado martes van a tener después retrocesos, por ejemplo, el alcalde electo de Nueva York, Zohran Mamdani, cuyo socialismo demasiado zurdo y cuya fe musulmana pueden producir efectos contrarios pronto. Esto es probable, si bien el hecho se generó en buena parte como reacción a los abusos y errores de Trump. Otro personaje que despuntó el martes fue el actual gobernador de California, Gavin Newsom, quien hoy tiene 58 años, 20 menos que Trump. En las elecciones del martes, Newsom metió un gol importante al hacer aprobar la Proposición 50, que redefine a favor de los demócratas los distritos legislativos y, además, se posicionó como favorito del Partido Demócrata para las próximas presidenciales.
Una fecha más decisiva tendrá lugar el martes 3 de noviembre de 2026, cuando se celebren lo que desde acá uno llamaría las elecciones de mitaca, en las que se renueva un tercio del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes. Según esto, el año entrante va a estar en juego el control de las dos cámaras del Congreso, con efectos perdurables hasta la elección presidencial de 2028. Es posible que, vía el olvido en unos meses, las pulsiones del electorado se moderen, aunque algunas también podrían exacerbarse. ¿Va la gente a olvidar que el cierre del gobierno le causó percances durante, qué sé yo, dos o tres meses en 2025? Aceptado, este cierre no es solo culpa de Trump, pero sí principalmente, o al menos eso piensa la mayoría de los votantes encuestados. De todos modos, las mayorías de los latinos y los negros, quienes al voltearse de forma relativa en las últimas presidenciales de 2024 le dieron a Trump la ventaja definitiva, han emprendido un claro regreso a las toldas demócratas.
Ya pasando al resto del mundo, sus resultados han sido mínimos por fuera de la infortunada y en gran parte abandonada guerra arancelaria. Tan mínimos han sido que ni siquiera han podido sacar a Nicolás Maduro del poder. Al propio presidente colombiano le recetaron una futura estadía en prisión, si bien aún no se sienten los pasos de animal grande en lo judicial. Y no hablemos de las fantasías del pato cojo sobre Groenlandia, sobre Canadá como estado # 51 de la unión o sobre Gaza como gran balneario. Por supuesto que don peluquín habla y amenaza de lo lindo –¡¡¡cuac, cuac, cuac!!!–, si bien lo esencial de una amenaza es que se ejecute y eso todavía no sucede en los casos mencionados, salvo por el ilegal ataque aéreo contra unas pobres lanchas en el Caribe.
Según la tradición, el pato gringo seguirá cojeando durante otros tres años hasta entregar extenuado el poder en enero de 2029 al ganador quien, casi con seguridad, no será de sus afectos.
