El de Duque es un gobierno conservador, pero no de extrema derecha. Por eso, tiene en contra al furibismo, que ha dicho estar descontento y aspira claramente a una política más rompedora, por ejemplo, en materia de las políticas heredadas de Santos, como son el proceso de paz, los ETCR o la restitución de tierras —los cuales avanzan de forma razonable—. También estamos en oposición quienes no votamos por él en segunda vuelta, ya sea que lo hayamos hecho en blanco, aterrados por la alternativa, o por la alternativa, es decir que se le opone la izquierda y buena parte del centro. Así, Duque está condenado a ser impopular, pero eso afecta su gobernabilidad apenas en poca medida, pues ya no depende de la reelección. Santos fue muy impopular mucho tiempo y terminó su mandato sin convulsiones.
La trayectoria legislativa de Duque se puede leer de dos maneras. Sus ministros pusieron a consideración del Congreso una gran andanada de proyectos, la mayoría de los cuales no avanzaron o fueron descartados. En otro tiempo se vislumbraría allí una catástrofe, pero sí pasó una moderada reforma tributaria, sin la cual el país se iba al hoyo, mientras que la reforma política no está del todo muerta todavía. Aquí y en la mayoría de los países democráticos presidencialistas es posible gobernar sin mayorías por vía de los decretos y las reglamentaciones, que en muchos casos y hasta donde sé están pendientes de un decreto. ¿Alguna razón para no expedirlos? Salvo por el control de constitucionalidad, ninguna. Dicho de otro modo, es posible gobernar con el marco legislativo existente, así haya unas pocas materias en las que es indispensable pasar leyes para luego, obviamente, reglamentarlas. La manía legislativa es un vicio local.
Uribe, hay que decirlo, no tiene entre la manga un candidato presidencial de peso; ni siquiera se vislumbran viables sus candidatos a las grandes alcaldías. Algún gobernador conseguirá este año, pero con eso no se arma una campaña arrolladora para 2022. El hombre es hábil y no se va a quedar quieto, aunque hay que señalar que, por fortuna, el viejo teflón que lo recubría se rayó inexorablemente en 2018. Es muy improbable que el próximo presidente sea del Centro Democrático.
Por el lado izquierdo, Petro está convencido de que va a ganar en 2022. Sin embargo, quienes no somos sus partidarios no vemos nada claro eso. Los videos recibiendo billetes le hicieron mucha mella, así como los reclamos de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello por haberles pedido plata. La próxima semana escribo sobre la difícil encrucijada en que veo metidos a los populistas de izquierda, pero baste con decir que los fracasos circundantes los han puesto en serios aprietos. Además, Sergio Fajardo es un gran contendor para 2022, si hace las cosas bien. Su estrategia, figurar en redes, pero no tanto como sus obsesivos rivales, parece acertada, aunque tampoco puede desaparecer en encrucijadas cruciales. Una forma de hacer esto último es intentar ejercer de elector exitoso este año, sobre todo en Bogotá, quizá con Claudia López o con Antonio Navarro, evitando entre otras que ellos se deslicen hacia las toldas populistas.
El gobierno de Duque podría estabilizarse sin causar ninguna catástrofe. Los hay por ahí que dicen que al afirmar algo así uno está de partidario oculto. En fin, es un alivio que el hombre esté gobernando mal que bien y no escribiendo libros falsificados de historia.