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Pido disculpas por hablar del “arte” de la guerra, pero es una metáfora vieja. Muy de tarde en tarde sucede que un pueblo desesperado, enfrentado a la masacre o a la humillación, o a ambas, se saca de la manga formas novedosas de hacer la guerra y logra estabilizar una condición que se veía perdida. Hasta obtiene alguna ventaja. Es lo que ha sucedido con Ucrania y su presidente Volodímir Zelenski. Hace tres años, tras la invasión de Putin y sus batallones rusos, nadie daba un centavo por la parte atacada. Hoy el supuesto segundo mejor ejército del mundo sufre humillaciones a diario, como el reciente derribo de un sofisticado Sukhoi Su-30 por un dron ucraniano, entre centenares de episodios semejantes.
El ideal en estos casos es contar con armas abundantes, ojalá cientos de miles y hasta millones, de bajo costo, no proporcional al daño que pueden infligir. Claro, se necesitan grandes innovaciones militares, por el estilo de las que se vienen dando en Ucrania. Es muy en particular el caso de los drones y de ciertos misiles que hoy atacan depósitos de petróleo, aeródromos militares y depósitos de municiones varias veces a la semana por toda Rusia. En los tres años que van de guerra, el alcance de estos sistemas se ha multiplicado, al punto de que hoy llegan a Moscú y más allá. Las modificaciones tecnológicas son constantes y ya existen modelos con sistemas de navegación que los hace muy difíciles de detectar, es decir, de interceptar antes de que caigan sobre su presa. Ambos bandos los tienen. Su costo puede ser de menos de dos mil dólares por unidad. Por otro lado, como los drones disponibles en Ucrania vienen de diferentes países, usan sistemas de navegación y de defensa distintos. Semejante variedad no es fácil de contrarrestar, así que muchos se cuelan. Ojo, no tienen que ser la mayoría. Solo el 10 % puede producir un daño colosal.
El Desfile del Día de la Victoria es un evento anual de las Fuerzas Armadas de Rusia en la Plaza Roja de Moscú los 9 de mayo en conmemoración de la capitulación de los nazis al final de la 2ª Guerra Mundial. Grandes desfiles parecidos a este fueron muy comunes en el pasado, si bien hoy presentan riesgos bastante agudizados, sobre todo cuando la guerra es con un país vecino. ¿Por qué? Pues porque es fácil y barato hacer llover explosivos sobre ellos, con la notable posibilidad de matar soldados e invitados en cantidades importantes. El ideal contemporáneo es que los ejércitos viven dispersos y se juntan según órdenes para un asalto o una batalla concreta. Así, si son atacados con explosivos estando dispersos, un misil o un dron pueden matar cuatro o cinco soldados, no doscientos o más, como sucede cuando caen sobre un batallón reunido. Y vaya que los efectos militares, morales y publicitarios son incomparables.
Numerosos dignatarios extranjeros han venido buscando o encontrando excusas para no asistir al desfile de la victoria que el gobierno ruso quiere montar. Ni siquiera es seguro que el propio Putin esté presente, aunque algo así sería devastador para su imagen, así que puede que sí vaya. Es más o menos obvio que la posibilidad de lanzar drones o misiles ese día contra una gran concentración de soldados rusos o de dignatarios podría tener un efecto devastador, incluso, repito, si solo aciertan en unos pocos casos.
Por algo los americanos parecen estar abriendo de nuevo el suministro de armamentos e inteligencia a Kiev, tal vez porque entienden que el que a la larga la tiene perdida es Putin, no Zelenski.
Ahora bien, las guerras entre naciones van camino a la obsolescencia, pero ese es un tema que da para otra columna.
