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El teflón se raya

Andrés Hoyos

09 de septiembre de 2008 - 08:34 p. m.

A SEMEJANZA DEL FABRICADO POR DuPont, el teflón político resiste el uso, pero con el abuso se desgasta. El presidente Uribe parece creer lo contrario.

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Hubo, claro, épocas recientes en las que Uribe lograba revestir su figura de nuevas capas del famoso fluoropolímero, sobre todo tras la ‘Operación Jaque’. Y no dudo que las Farc todavía vayan a recibir golpes que tendrán el efecto de renovar en algo el revestimiento presidencial. Sin embargo, las denuncias, insultos, manoteos y triquiñuelas de las últimas semanas son una piñata demasiado lacerante como para que el teflón salga indemne.

Tengo que aclarar que parte de la pereza que me produce el asunto proviene del poco entusiasmo que suscitan en mí los adversarios del Presidente. Cada que veo aparecer las orejas paradas de Francisco Javier Ricaurte, el presidente de la Corte Suprema de Justicia, me dan ganas de llamar al rey Juan Carlos para que le diga que se calle. Por su parte, el Partido Liberal nos debe desde hace décadas explicaciones por la interminable lista de delincuentes que pasaron por sus filas, aunque es cierto que Uribe era liberal cuando lo peor tuvo lugar. El Polo, por su parte, se ha convertido en un hervidero de ideas con fecha vencida, egos inmanejables y pasiones exacerbadas. En cuanto a los críticos más ácidos de Uribe, buena parte omitió criticar en el pasado los episodios más trágicos de la debacle del país —alguno incluso fue funcionario oficial de gobiernos anteriores— de modo que cargan credenciales caducas. Gustavo Petro, por ejemplo, sigue sin entender que dado su pasado violento no tiene presentación que mantenga tal grado de pugnacidad discursiva: es otro que debe disculpas y se rehúsa a darlas. Y mejor no hablemos de Piedad Córdoba, porque corremos el riesgo de volvernos furibistas.

Pero si ellos no me entusiasman, no me cabe duda de que a estas alturas el principal pirómano del paseo vive en la Casa de Nariño. A Uribe se le olvida, obviamente, que un presidente no es un colombiano del montón, sino un líder. Él menos que nadie puede comportarse como un adolescente pendenciero que, en un rapto de iracundia, abre las puertas del sótano más importante del país para que entre por allí, en el límite de la legalidad, gente espantosa. Sordo a las voces de la serenidad, en vez de calmar los ánimos los exalta.

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¿Por qué lo hace? Ahí está una parte crucial del problema: es posible que lo haga porque su agudo olfato político le dice que el resto de la agenda del gobierno ha sufrido un severo deterioro. La reciente devaluación, por ejemplo, parece señalar un enfriamiento de la confianza inversionista y una salida de capitales. Al mismo tiempo, la megalomanía le dice que la única manera de vivir sin el éxito arrollador es a los sombrerazos. Uribe tiene el temperamento del barrabrava, no la sindéresis del estadista. La única ventaja de todo esto es que el Presidente ya parece convencido de que a partir del 8 de agosto de 2010 tendrá que dedicarse a ¿atormentar? a sus nietos, dejándonos casi tranquilos al resto de los colombianos.

Descartemos, por ende, que los encrespados gladiadores lleguen a un acuerdo que cimiente una salida viable hacia el futuro y crucemos los dedos para que no venga algún golpe irremediable a hundir del todo nuestra frágil democracia. No sobra reiterar que somos los últimos responsables, porque elegimos y reelegimos a la mayoría de quienes nos atormentan. Otros dirán, claro, que una crisis tan espeluznante como la que ha vivido Colombia en estos años nunca sale gratis. Tienen, me temo, mucha razón.

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andréshoyos@elmalpensante.com

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