Si a comienzos de 2022 hubiéramos dado un breve paseo por la mente de Vladimir Putin, allí estaba la catástrofe perfilada en todo su esplendor. Invadiría la totalidad de Ucrania en febrero, el país caería en su cesta tras dos o tres semanas de escaramuzas y el vecindario entraría en pánico por su conquista. Sencillo y muy hitleriano el esquema. El imperio ruso volvía por sus fueros.
Corte a tres años largos después: septiembre de 2025. Aunque el ejército ruso más o menos domina el 18 % de Ucrania, sufre miles de bajas cada semana y, al mismo tiempo, la vital industria del petróleo, el gas y la energía de la propia Rusia está siendo destruida a un ritmo dramático. El invierno venidero podría sorprender a millones de rusos con mucho frío. Es decir, pese a los severos daños infligidos en Ucrania, la catástrofe no fue allí, pues algo bastante desapacible bien puede estar en camino en el propio país invasor.
“Rusia es una estación de gasolina, administrada por la mafia, que se finge país”, decía John McCain, el antiguo senador de Arizona y varias veces candidato a la presidencia de Estados Unidos. McCain entendería el dilema de hoy, cuando Rusia de repente no puede confiar en el suministro de combustibles, no ya para exportar, sino para su consumo. Es difícil sobreestimar lo que acabamos de escribir. La geopolítica bien puede estarse poniendo patas arriba en toda la Europa Central.
Cierto sí es que, en esa zona del mundo, nada se sabe a ciencia cierta ni la verdad dura mucho tiempo vigente, salvo quizás que la rendición es imposible para Ucrania. O sea que no van a dejar en paz a los rusos en su territorio mientras tengan vida. Reducir a un país invadido a una alternativa de vida o muerte, de ser o no ser, es un error estratégico. Si la única salida es la muerte, la desesperación obligará a la víctima a encontrar fuerzas incluso debajo de las piedras.
Queda muy claro que la defensa de Europa no es todo lo firme que uno quisiera. Por su parte, Trump anda enredado en otros líos y, aunque no ha soltado del todo a Zelenski, un día le da esperanzas y al siguiente le pregunta que para qué se metió con un adversario “quince veces más grande”, como si todo no lo hubiera iniciado el propio Putin con una invasión de estilo nazi. Para el sátrapa ruso, Ucrania no pertenece en Europa, si es que pertenece en alguna parte. Debo decir que yo tampoco sé porque los 300 mil millones de dólares que el agresor tiene en Europa no han sido confiscados y dados como reparación al agredido. Eso ya pasará, por cuanto ninguna otra solución de continuidad sería aceptada por el mundo, pero dizque lo siguen pensando.
Ahora bien, por el camino de la necesidad, Ucrania se está volviendo un jugador militar de mucho peso. No solo compra todo tipo de equipos, sino que ya produce el 60 % de los que usa. Las antiguas leyes de la guerra las pusieron patas arriba, y hoy cuentan con misiles de largo alcance propios, llamados Flamingo, además de los de menor alcance que ya tenían. La inmensa paradoja es que la inmensidad de Rusia solía ser una ventaja, ya que era imposible invadir al país con éxito, mientras que ahora no hay manera de defenderlo de los ataques salteados e impredecibles de Ucrania. De ahí que el suministro de combustibles se vaya a ver alterado en varias regiones rusas, pues los daños que se ven a diario en las redes sociales tomarán meses, si no años, en ser reparados.
O sea, detestado Vladimir, que con tu pan te lo comas.