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                                                                                                                              La nueva inquisición

                                                                                                                              Haga el lector de cuenta que a un niño le dan una ametralladora y le explican cómo dispararla. Nada de raro que primero apriete el gatillo y después pregunte. Así más o menos operan las redes sociales o la casi instantánea digitalización de cualquier novedad. Hay fusilamientos por doquier. Esto me retrotrae a Historia de dos ciudades, la novela de Dickens. En ella figuran la escalofriante madame Defarge y su red de condenados. Una incesante sed de venganza la mantiene tejiendo al pie de la guillotina. Ahora tal vez no rueden cabezas, pero la honra de una persona sí es decapitada en un pispás.

                                                                                                                              No me refiero a hombres muy poderosos como Harvey Weinstein, Bill Cosby, Roger Ailes o Bill O’Reilly, quienes por lo que se sabe con suficiente certeza —y se sabe mucho— abusaron repetidamente y durante años de mujeres de todo tipo, cruzando en forma repetida la línea del delito. Tampoco me refiero a los corruptos que son expuestos por fin, después de años de depredaciones. Hablo de quienes, en esos mismos territorios y en el resto de las zonas de escándalo, caben en dos categorías: los que cometieron algún error, incluso grave, mucho tiempo atrás y no lo repitieron, y los inocentes, que los hay en abundancia. También están los que incurren en simples faltas de juicio con alguna declaración equivocada u ofensiva, pero no van más allá. Hasta la última vez que averigüé, un disparate verbal todavía no era delito.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Las redes sociales no han hecho más que acelerar hasta el delirio la velocidad de expansión de estas manchas indelebles. En la religión del escándalo no existe prescripción, ni perdón ni segunda instancia: manchado una vez, manchado para siempre. Tampoco existe la presunción de inocencia: los que dudan son relegados. Nunca pensé que volvería por mis pasos, pero en este contexto se ve la fuerza de la advertencia evangélica, según la cual, “quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.

                                                                                                                              En tiempos de la inquisición se usaba un procedimiento conocido como la ordalía, que consistía en que el acusado de herejía debía demostrar su inocencia con procedimientos como poner la mano en el fuego y salir indemne. La idea estrafalaria era que así Dios señalaba a los inocentes. De más está decir que la gente moría a raudales a consecuencia de las torturas.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

                                                                                                                              Haga el lector de cuenta que a un niño le dan una ametralladora y le explican cómo dispararla. Nada de raro que primero apriete el gatillo y después pregunte. Así más o menos operan las redes sociales o la casi instantánea digitalización de cualquier novedad. Hay fusilamientos por doquier. Esto me retrotrae a Historia de dos ciudades, la novela de Dickens. En ella figuran la escalofriante madame Defarge y su red de condenados. Una incesante sed de venganza la mantiene tejiendo al pie de la guillotina. Ahora tal vez no rueden cabezas, pero la honra de una persona sí es decapitada en un pispás.

                                                                                                                              No me refiero a hombres muy poderosos como Harvey Weinstein, Bill Cosby, Roger Ailes o Bill O’Reilly, quienes por lo que se sabe con suficiente certeza —y se sabe mucho— abusaron repetidamente y durante años de mujeres de todo tipo, cruzando en forma repetida la línea del delito. Tampoco me refiero a los corruptos que son expuestos por fin, después de años de depredaciones. Hablo de quienes, en esos mismos territorios y en el resto de las zonas de escándalo, caben en dos categorías: los que cometieron algún error, incluso grave, mucho tiempo atrás y no lo repitieron, y los inocentes, que los hay en abundancia. También están los que incurren en simples faltas de juicio con alguna declaración equivocada u ofensiva, pero no van más allá. Hasta la última vez que averigüé, un disparate verbal todavía no era delito.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Las redes sociales no han hecho más que acelerar hasta el delirio la velocidad de expansión de estas manchas indelebles. En la religión del escándalo no existe prescripción, ni perdón ni segunda instancia: manchado una vez, manchado para siempre. Tampoco existe la presunción de inocencia: los que dudan son relegados. Nunca pensé que volvería por mis pasos, pero en este contexto se ve la fuerza de la advertencia evangélica, según la cual, “quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.

                                                                                                                              En tiempos de la inquisición se usaba un procedimiento conocido como la ordalía, que consistía en que el acusado de herejía debía demostrar su inocencia con procedimientos como poner la mano en el fuego y salir indemne. La idea estrafalaria era que así Dios señalaba a los inocentes. De más está decir que la gente moría a raudales a consecuencia de las torturas.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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