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La siguiente frase se conoce hace mucho en español, con variaciones: “Quien al mundo vino y no bebe vino, ¿a qué vino?”. Estoy desde luego muy enterado de que hay personas para las que incluso una gota de alcohol, como la que viene en un bombón de chocolate, es dañina. Y vaya que uno lee por ahí artículos que aseguran que la ingesta de alcohol, incluso en mínima cantidad, puede ser dañina. No cabe duda de que existe una minoría de bebedores que se juegan la salud al beber. Los signos suelen ser muy claros: el que no puede parar, el que cambia de personalidad después de dos tragos y el copisolero habitual. Yo, por si acaso, presumo pertenecer a la mayoría de quienes, aunque bebemos, no nos dirigimos a una muerte por cirrosis al final de la vida. ¿De qué moriré? Ni P. idea.
Una simple fantasía me lleva a pensar en los países musulmanes, donde por religión está prohibido el alcohol, o sea que se exige la abstinencia total. ¿Será buena idea mudarse allá? Ni de fundas, porque a la citada abstinencia los musulmanes estrictos suman las burkas para las mujeres, el machismo exacerbado y aceptan y promueven formas teocráticas de poder a las cuales soy alérgico. Esto para no hablar de la Sharía extrema que incluye los asesinatos por honor, los matrimonios decididos por la familia, las decapitaciones, la lapidación de mujeres infieles y no pare usted de contar.
Una pregunta que sí les dejo a mis lectores es si les parece virtuosa o adecuada la tendencia reciente en occidente de consumir mucho menos alcohol. Uno conoce gente que bebía con moderación y ya no acepta ni una copa de vino; a veces ni siquiera una cerveza. Se ha puesto de moda en Inglaterra, por ejemplo, el Dry-January, el enero seco. Después de Año Nuevo, la gente pasa un mes sin beber nada dizque para desintoxicarse. Eso significa que durante 30 días un grupo de gente deja de tomar. Un mes de doce, lo que repercute fuertemente. No sé por qué en los últimos 20 ó 30 años lo que más viene bajando en Colombia es el consumo de vino, al tiempo que están estables la cerveza y los licores, de mayor contenido etílico estos últimos.
Sí es preciso aclarar que el alcoholismo es una epidemia en algunos países, verbigracia Rusia, Letonia, Lituania, Bielorrusia y aledaños. Allá una columna como esta debería incluir numerosos caveats. En fin, yo escribo desde Colombia, un país en mitad de la escala en consumo de alcohol, o sea, donde sí hay borrachos que deberían de medirse y donde conviene ofrecer tratamientos a quienes los necesitan, pero moderando el asunto y sin demonizar a las bebidas embriagantes.
Sucede que lo sano puede no serlo tanto, sobre todo si incluye una dosis alta de infelicidad, ansiedad y estrés. De acuerdo, es mejor comer verduras que engullir chicharrones tres o más veces a la semana. Otro cantar es pensar que uno bien carnudito cada 15 ó 20 días hace alguna diferencia. No la hace.
Escarbando en internet, leo que un enólogo cree que también hay una buena noticia. Según él, “la gente está tomando menos, pero de mejor calidad”. Antes no se veían buenos vinos por menos de 20 dólares; hoy el mercado está lleno de buenas ofertas baratas. La pandemia fue determinante. Antes, las personas en Europa salían a comer dos o tres veces por semana. El promedio ha bajado por lo menos un tercio, según el enólogo citado. En fin, yo recomiendo salir un par de veces a la semana y tomarse una botellita de buen vino en compañía. Porque, insisto, lo (demasiado) sano puede no serlo tanto.
