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A la Fuerza Pública en Bogotá y en Colombia la están atacando con cada vez mayor sevicia. De las flechas, las bombas incendiarias y los lanzallamas a los fusiles y las granadas no hay más que un paso. Por algo se supone que los manifestantes de las bolas de fuego pertenecen al ELN.
Los agentes del caos son organizaciones poco definidas, como el tal “Congreso de los pueblos”. Los senadores y representantes del Pacto Histórico dicen desconocerlos y se lavan las manos, a pesar de haberse tomado fotos con ellos y de admitir a algunos en sus equipos legislativos. Son grupos de extrema izquierda y figuran como defensores, por ejemplo, de la dictadura de Maduro. Mezclan música folclórica, de apariencia inofensiva, con artefactos explosivos y retórica extremista. No se les conoce ningún programa concreto, sino invocaciones a la movilización y a la lucha. Eso sí, cuentan con dinero y organización para una sofisticada logística, que incluye uniformes, buses pagados, baños portátiles y financiación.
Una paradoja notoria salta a la vista en las movilizaciones. Los grupos activos son de izquierda y hasta medio petristas, aunque protestan contra el gobierno nacional que, por supuesto, está encabezado por Gustavo Petro. Por su parte, el ministro Benedetti, acusado de numerosos crímenes y quien según se dice está de salida del gobierno, acusa a los grupos de incluir estructuras criminales, o sea que estamos ante un enredo de la Madonna. La premeditación está muy clara en el hecho de que los delincuentes usan capucha. ¿Por qué esconder el rostro si no es para evitar ser identificado después? No sé ustedes, queridos lectores, pero yo a lo sumo salgo con un sombrero o con una cachucha.
Carlos Fernando Galán, el alcalde de Bogotá, dice que se trata de algo “Organizado y premeditado por milicias” e hizo bien en denunciar penalmente a los agentes del desorden, así las posibilidades de llegar a arrestos sean mínimas. Agregó lo siguiente: “Le exijo al Gobierno Nacional el desmonte de estos grupos armados. No puede estar negociando con milicias de choque que atacan con flechas y artefactos explosivos a la fuerza pública. En Bogotá la violencia no tiene cabida y seguiremos acudiendo al uso legítimo de la fuerza las veces que sea necesario para garantizar el orden público en la ciudad”.
Eso sí, uno no nota en las revueltas una coordinación nacional perdurable. O sea, se ponen de acuerdo para movilizarse, romper y agredir durante un par de semanas y después cada uno vuelve a su región. Por ahora habría que concordar con el alcalde Galán en que el gran articulador parece ser el gobierno de Petro, pero desaparecido este en agosto de 2026, quedará otra vez una gran colección de movimientos huérfanos. No son las grandes mayorías, sino minorías por lo general pagadas. Con dos o tres mil activistas coordinados en una ciudad como Bogotá se puede generar el caos, y con cien o doscientos se puede bloquear una carretera. Los que sí son permanentes son los grupos armados organizados (GAO), integrados también por pequeñas minorías belicosas y dañinas.
¿Qué tiene todo esto que ver con la situación de Palestina a miles de kilómetros de distancia? Dejo la pregunta. Ha habido varios policías y algún periodista herido. Claro, como todavía no hay muertos... Ahora, además ya empezó la reacción de Trump y su gobierno, que ojalá no llegue a la debacle económica para Colombia.
En fin, uno espera que los votantes castiguen una permisividad como la mencionada. En las urnas, claro, que es donde en definitiva cuenta. Para hacer cambios de fondo por fortuna falta menos de un año.
