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En la vida política abundan, como en la canción que cantaba Celia Cruz, los plazos traicioneros. Tomemos de ejemplo al muy mencionado hidrógeno blanco, es decir, el que se genera en el subsuelo producto del agua que pasa por unas piedras que tienen efecto electrolítico. Muy comentados fueron hace poco los grandes yacimientos descubiertos en la región francesa de Lorena. Pues bien, desde 2018 se sabe que también los hay en Colombia y se investiga la forma de aprovecharlos. Ahora nos dicen que los pozos podrán entrar en producción dentro de cinco ó 10 años. Al menos a mí una afirmación como esa me alarma: ¿qué clase de plazo es uno que tiene una diferencia de 100 %? Si dijeran cinco o seis años vaya y venga. Por lo demás, esas demoras que se pueden duplicar por el camino dependen en buena parte de sortear los obstáculos que demoran las cosas. En el caso del hidrógeno blanco, los beneficios de explotarlo en tres años más o en tres años menos son inmensos, de suerte que los proyectos tendrían que enfocarse de inmediato en los cuellos de botella en consideración para ver cómo se superan. Otro ejemplo de los plazos traicioneros son las consultas populares con pescadores a las que obliga la ley, vaya a saberse por qué, en lo que atañe a los pozos de gas natural que están a 30 kilómetros de la costa y a una gran profundidad. Si no hay más remedio que hacerlas, ¿por qué no acelerarlas? Tabular las respuestas de pequeñas comunidades mediante votaciones o encuestas no toma años. Y ni hablar de lo que demoran en Colombia los permisos para las granjas solares, de las cuales hay miles, autorizadas en Europa hace años. Los daños ambientales que estas pueden producir son muy menores. Y, ojo, las compensaciones derivadas no pueden ser ruinosas.
Es urgente entender el daño que produce la omisión, que por lo general mezcla la inacción y la demora. Se debe dejar sentado que el statu quo, o sea las cosas como están, hace más daño que la premura, sobre todo cuando se trata de problemas que vienen de tiempo atrás y que de ningún modo son la situación natural de las cosas. Grandes zonas inundadas parecerán quizá más naturales que el funcionamiento de una represa que regule el flujo de las aguas, pero eso de ningún modo las vuelve convenientes. Cierto, la acción de los seres humanos puede causar daños, muchos quizá evitables con buena planificación; por algo se recomienda el principio de precaución, aunque vaya que la inacción también causa daños y la excesiva precaución no es en realidad precaución alguna.
En términos generales, lo peor que puede hacer un país en desarrollo es ir acumulando plazos. Ante los retos, es preciso quemar etapas, dar saltos y acelerar las cosas, en vez de que la burocracia las haga más lentas. Algo así en Suiza, un país ya hecho y derecho, vaya y venga, no en Colombia. Aquí no se debe permitir el chantaje de grupos en extremo minoritarios.
Una posible lectura del atraso y del subdesarrollo tal vez tenga que ver con la aceptación de los plazos traicioneros en la mayoría de las actividades cruciales del país. ¿Era necesario sembrar café en el siglo XIX? No, no lo era, sino que unos agricultores audaces se arriesgaron y empezaron una industria que ha sido crucial para Colombia. ¿Es hoy indispensable sembrar aguacate Hass? No, pero sí puede ser muy rentable. Nadie puede obligar a los ganaderos a que se pasen a los sistemas silvopastoriles, si bien esa es una solución muy conveniente, según se ve por la experiencia exitosa aquí y en otras partes.
