AUNQUE PODRÍA HACER AQUÍ UNA larga lista de los miembros del Partido Conservador que han terminado en la cárcel o que deshonraron su camiseta, las razones que me distancian de ese partido son ante todo filosóficas e históricas.
Las encapsularía en una pregunta: ¿conservar qué? Pienso que el conservatismo colombiano ha fracasado y seguirá fracasando por mucho tiempo, porque no pudo ni puede responder de forma convincente a esta pregunta.
La Revolución de Independencia fue ganada por una burocracia de altiplano que rápidamente se trasmutó en una gran clase terrateniente, cuya fracción mayoritaria se volvió conservadora. Estos conservadores se apegaron desde entonces al predominio social, gramatical y político de los propietarios de tierras urbanas y rurales, y a la concomitante hegemonía de la Iglesia Católica, muy maltratada por la guerra de Independencia. Así, el posterior Partido Conservador guardó en su timorato corazón esta estrecha estructura social y durante más de un siglo se dedicó a conservarla a como diera lugar, lográndolo a medias, hasta que el poder se les fue definitivamente de las manos en 1930. La forma de gobierno asumida cuando ellos tuvieron el poder fue la de una “democracia” en extremo primitiva, encarnada en últimas por la Constitución confesional de 1886.
El liberalismo que asumió el poder en 1930 quiso hacer un tímido contrapeso a la vocación ultramontana de los conservadores y de su máximo caudillo en el siglo XX: Laureano Gómez. No cabe hacer aquí un recuento de aquellas batallas sin vencedor que a la postre resultaron tan sangrientas. Baste decir que como gran consecuencia del proceso nos quedó un país a medio hacer, y que la profunda herida infligida por el sectarismo de los años 50 se convirtió con el tiempo en un tumor maligno, encarnado por una guerrilla bárbara y más reaccionaria aún que el más reaccionario de los laureanistas. Del lado opuesto surgió el paramilitarismo fascista y quedó casada la pelea.
El panorama presente arranca de las ruinas de aquella armazón estrecha y confesional, reventada desde dentro unas veces por agudas crisis, otras por lentas evoluciones que no fue posible asimilar. ¿Qué tanto hay para conservar en Colombia? Muy poco. ¿La situación en el campo? Aparte de unas pocas industrias modernas dispersas aquí y allá, el campo colombiano sigue requiriendo de una revolución capitalista y popular que nunca se llevó a cabo. ¿La democracia? Sí, pero es una forma de hablar, porque lo conservable en ese campo también es poco, así sea muy valioso, siendo preciso implantar muchísimas novedades, según se empezó a hacer en 1991. ¿La estructura económica? Espero no tener que ambientar aquí la respuesta negativa a esta pregunta. Casi cualquiera sabe que nuestra principal asignatura pendiente consiste en crecer a buen ritmo al tiempo que la sociedad se hace más igualitaria. No es imposible y, además, es económicamente conveniente. Si el pueblo de un país no tiene capacidad de consumo, la economía allí siempre será débil. Dicho de otro modo, la marginación de amplios sectores de la población no es apenas una injusticia, es un gran desperdicio de potencial económico.
Por eso, uno comprende la actitud de un conservador en Italia, Francia, Inglaterra o Estados Unidos. En cuanto a los criollos, su tiempo pasado, ése que aquí nunca fue mejor, se terminó y no volverá pronto. Las salidas que hay son hacia el futuro y en el cambio.
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