Hagamos una composición de lugar. Alias Iván Márquez, alias Iván Mordisco o los jefes del ELN, como el peligroso Pablito, deciden un mal día que el candidato presidencial Miguel Uribe Turbay representa un peligro para ellos y se enteran, vaya uno a saber por cuáles de los vasos comunicantes que este Gobierno permite, de que el senador está mal protegido. Entonces ubican a Juan Sebastián Rodríguez Casallas, un joven de 15 años que quiere plata y está dispuesto a acciones suicidas para conseguirla. El plan es claro. Se le da una pistola cargada al loquito y, apenas le pegue unos tiros a Miguel Uribe, otros se encargarán de despacharlo a él, tras facilitarle la fuga. Lo mínimo es sacarlo del juego. ¿Qué puede salir mal? Todo puede salir mal, como de costumbre en estos esquemas delirantes.
Resulta más o menos obvio que quienes planifican y ejecutan actos tan locos no son gente normal, de esa con la que uno tiene relaciones, buenas o malas, o incluso se cruza en un café. No, ese tipo de gente lleva años sacándole el quite a la muerte y, por ende, no le da ningún valor a la vida propia, para no hablar de la ajena. Solo les sirve generar caos.
Ahora bien, la Fiscalía ha estado siguiendo las muchas pistas que dejaron los disparos de Rodríguez Casallas y ya caerán unos peces más gordos. Claro que si lo que las disidencias o el ELN hicieron fue contratar al sicario, tomará un tiempo atar todos los cabos. De seguro algunos responsables ya estarán, digamos, en Venezuela, donde no pueden ser aprehendidos. Sin embargo, vaya que la campaña electoral se seguirá sacudiendo todas las semanas con las revelaciones sucesivas.
Lo otro que se va a desbaratar es el proceso de paz con esa gente, a menos que por alguna razón salte una nueva liebre de alguna parte y resuelte que al sicario lo contrató Pataquiva, algo cada día menos probable. ¿Paz total en medio de intentos de asesinato aleves? Eso ni en el extraño mundo de Subuso-Petro. Ni hablar, verbigracia, de que el presidente siga suspendiendo las extradiciones de los capos, como lo ha venido haciendo.
No sobra aclarar, supongo —porque en Colombia hay obviedades que dejan de serlo—, que cualquier nuevo intento de matar a otro candidato o un desenlace fatal en el caso de Uribe Turbay —que no se puede descartar, desde luego— pondría al Gobierno contra la pared. Haya o no plata, tienen que fortalecer los esquemas de seguridad de las personas amenazadas.
En fin, falta menos de un año para las elecciones presidenciales de Colombia, año que promete muchos sobresaltos, pues hay un brincón a la cabeza del Estado. Resulta entonces obligatorio tener paciencia y oír llover. Lo crucial es evitar que se convoque a una loca asamblea constituyente, a la cual de todos modos le correspondería sesionar durante el próximo gobierno. Así, elegir a alguien sensato también nos sirve para que esa persona quiera evitar el salto al vacío.
Mientras tanto, Benedetti y Montealegre seguirán con sus monerías inconducentes. Otros, empezando por el presidente, seguirán de mentira descarada en mentira descarada. A ciertos grupos mentir ya no les da vergüenza. ¿Se volverá a reunir Petro en una tarima pública con un grupo de malandros sacados de la cárcel o irá a visitar a quién sabe quién en Manta, Ecuador? Ojalá que no, si bien todo depende de los humores con los que un día amanece. Pasado el 7 de agosto de 2026, la lora seguirá. Lo que no seguirá es la atención que hoy le ponemos.