La alguna vez venerable democracia americana pasa desde hace varios años por una crisis bananera.
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La alguna vez venerable democracia americana pasa desde hace varios años por una crisis bananera.
En las últimas semanas, la Cámara de Representantes ha convocado a varias sesiones de un comité conformado para investigar lo que pasó el 6 de enero de 2021, cuando según todas las evidencias Trump hizo hasta lo imposible para quedarse ilegalmente en el poder, pese a haber perdido las elecciones de noviembre de 2020. Los rastros de la culpa del expresidente que los interesados en el tema hemos venido viendo por televisión, prensa e internet son crecientemente incontrovertibles, en particular lo dicho por Cassidy Hutchinson, la asistente principal del jefe de gabinete de la Casa Blanca en ese momento, Mark Meadows. Su testimonio mostró que Trump sabía que ese día varios de sus seguidores estaban armados hasta los dientes, incluso con fusiles AR-15, y que él solicitó que se relajaran los controles de seguridad para facilitar la labor subversiva de los atacantes. Según analistas, entre los cuales hay numerosos conservadores, el testimonio de Hutchinson más o menos marca el fin del camino de regreso de Trump a la Casa Blanca. Claro que todo dependerá de que se pueda o no presentar a las primarias del Partido Republicano en 2024, entre otros desarrollos ulteriores. Todo un bandido, pues, el señor del peluquín.
Sin embargo, los avatares de Trump son apenas la punta del iceberg. Sucede que la mayoría de hombres viejos, ricos y godos que integran la Corte Suprema de Justicia (CSJ) decidió hacerles la vida imposible a las mujeres jóvenes y pobres, que en varios estados de la unión se verían obligadas a tener hijos no deseados si por alguna razón (¿exótica?) quedan embarazadas contra su voluntad. Lo aberrante de esta decisión, que va a contracorriente de los demás países ricos del mundo con apenas alguna excepción, se irá decantando según pasen los meses. Por si hacía falta, cada día es más fácil ir armado por las calles en muchas partes de Estados Unidos, camino al Capitolio o no.
Está por verse si el Partido Demócrata y los diversos progresismos del país van a permitir que la derecha republicana se vuelva a adueñar del Senado y, en el peor de los casos, también de la Cámara de Representantes. Aunque la tradición dice que en las elecciones de mitaca el partido en el poder pierde puestos, estos no son tiempos normales. Pesa en todo esto la perniciosa tradición reciente, alimentada por un establecimiento académico posmoderno, de centrar las campañas en la política de las identidades, también conocida como esencialismo. A estos profesores les da igual alienar las mayorías que no caben en sus cajones estrechos y excluyentes, diga usted un obrero blanco sin educación universitaria.
En fin, pase lo que pase en noviembre de este año, la encrucijada definitiva serán las presidenciales de noviembre de 2024. Por lo que uno ve, Biden llegaría a ellas exhausto y con las encuestas muy averiadas. Esto afectaría también a Kamala Harris, su vicepresidenta y, por tradición, su presunta heredera. Pues bien, algo así abre un gran boquete para un tercero potencial en discordia o, más exactamente, una tercera. No es por tirármelas de zahorí, pero desde aquí tan lejos se ve con facilidad que la mejor carta sería Michelle Obama. Ella en el pasado ha dicho que no le interesa la presidencia. Le crea uno o no, hay ocasiones en las que las circunstancias no permiten decir que no