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El domingo 1º de junio de 2025 de seguro será recordado como el día en que la invasión de Rusia a Ucrania se estrelló contra una gruesa pared. Así como suena. Los daños infligidos ese día por Zelenski y sus comandantes militares a la aviación rusa en el interior de la propia Rusia fueron inmensos.
La operación estuvo a cargo del SBU (Servicio de Seguridad de Ucrania, por su sigla en ucraniano), supervisado por el presidente Zelenski en persona. La operación fue bautizada “Operación telaraña” y se planificó durante más de un año y medio. Consistió en infiltrar drones a lo largo y ancho del inmenso país vecino sin que nadie en su gobierno lo sospechara y activarlos todos al mismo tiempo, cerca de las cinco bases aéreas que albergaban las aeronaves más avanzadas de Rusia. Se dice que fueron destruidos 41 aparatos aéreos estratégicos. Uno más, uno menos, la cuenta luce adecuada por las fotos y videos que se han visto. En los últimos tiempos, estos aviones tipo Tu-95 y Tu-22M3 se utilizaban para bombardear más que todo zonas civiles en Ucrania. Ojo, todo fue dentro de Rusia. Ningún bombardero o dron ucraniano cruzó la frontera ese día. Los drones entraron a Rusia de contrabando durante el año y medio anterior. Los ataques afectaron, entre otras, a las regiones de Kursk, Rostov, Voronezh y Lipetsk, y llegaron hasta Siberia.
Aseguran los amigos de lo obvio que habrá una retaliación de Putin –de seguro viene–, si bien no podrá tener más potencia que las oleadas de los tres años precedentes. Además, las decenas de bombarderos destruidos este domingo ya no podrán participar ni hacer daño.
Rusia hasta ahora ha tenido una notable capacidad de ataque, concentrada en blancos civiles, no en las huidizas y no concentradas tropas ucranianas. Los miles de edificios de apartamentos en ruinas lo muestran. Sin embargo, la capacidad de defensa del inmenso territorio ruso ha demostrado ser muy ineficaz, sobre todo cuando en Ucrania planifican los ataques con cuidado para eludir unas defensas del todo incompletas. Me dirán, con razón, que es la primera vez, tras la Segunda Guerra Mundial, en que el territorio ruso es atacado por un ejército extranjero. Ni hablar de que se trata de un ataque provocado por Putin.
Lo más probable es que en las carreteras del extenso país se generalice una paranoia, reacción de por sí muy ineficaz. Al tiempo que la vida rusa se hace más difícil, ya Ucrania hallará otros caminos para hacerse sentir en el mal protegido país vecino.
Los propagandistas de oficio, sorprendidos y airados por lo sucedido, quieren hacer una analogía con el ataque japonés a Pearl Harbor en 1941, aunque son más las cosas en que los eventos difieren que las que los aproximan. Estados Unidos entonces estaba listo para echar a andar una formidable máquina de guerra y apenas requería un pretexto, mientras que la de Rusia está en marcha desde hace más de tres años y ha mostrado con claridad sus límites. ¿Qué van a hacer los rusos que no hayan hecho ya, como no sea recurrir a las armas nucleares, algo impensable, improbable y suicida? En 2022, Rusia quería una invasión fulminante y se lanzó con todo. Hoy está en una situación mucho más precaria, digan lo que digan los propagandistas. Por algo se sigue negociando un improbable cese del fuego.
Es dable imaginar que Victoria Amelina, la principal protagonista de Ahora y en la hora, el libro más reciente de Héctor Abad, víctima fatal de un misil lanzado por Putin contra una pizzería, esté sonriendo dondequiera que se halle. Slava Ukraini!
