El 16 de diciembre es una fecha inolvidable para los hinchas de Millonarios.
Hoy hace un año tres generaciones de aficionados vieron por primera vez a coronar campeón al azul. Los nacidos entre 1974 y 1987 lo vivimos por primera vez siendo adultos. Otros tantos, ya con canas, habían perdido la esperanza de volverlo a ver campeón y resignados recordaban las hazañas conseguidas por Pedernera, D’ Stefano, Willington Ortíz o Alejandro Brand. Nunca antes tantas lágrimas de alegría se habían derramado en la inmensa historia de Millonarios como aquella noche tras la atajada del penalti definitivo por parte de Luis Delgado. Es bueno entonces que todos los años esta fecha sea recordada con alegría.
Sin embargo, es de sabios no olvidar de dónde se viene ni para dónde se va, pues esta es la mejor manera de mantener los pies sobre la tierra y de obtener más frecuentemente la tan esquiva victoria final. Total, como diría Marcelo Bielsa, la vida está hecha de muchas derrotas y algunas pocas victorias.
Millonarios viene de 23 años de tropiezos administrativos que hicieron metástasis en los resultados deportivos. Pero en 2010 las cosas comenzaron a cambiar. Con apenas tres años y medio de una buena labor institucional, Millonarios ha vuelto a pelear en las instancias definitivas de casi todos los torneos en los que compite, como corresponde con la historia de un equipo grande. En este lapso, un título de Liga, uno de Copa, una semifinal de Copa Sudamericana, el regreso a Copa Libertadores y la clasificación a cinco de los últimos seis cuadrangulares finales, son el saldo del nuevo Millonarios.
En consecuencia, el futuro debería ser aun más promisorio. Sin embargo, lo que está sucediendo al interior de la institución siembra un peligroso halo de desconfianza entre la afición que ve cómo poco a poco los errores del pasado se comienzan a repetir.
La salida del entrenador Hernán Torres y el presidente Felipe Gaitán son difíciles de digerir. El anuncio fue equivocado porque sus buenos resultados saltaban a la vista y porque se hizo en plena competencia, como si Millonarios se hubiera ido al descenso. La llegada de Juan Manuel Lillo al banquillo técnico también está llena de dudas para la afición y para el mismo español que aún no ha firmado su contrato, a pesar de haber llegado a Bogotá hace casi una semana. De refuerzos ni hablar.
La única verdad del por qué de los cambios tan radicales sólo la tienen los accionistas mayoritarios. Dinero hay, porque Lillo no es un entrenador barato ni va a dirigir un equipo que no esté a la altura de su linaje. La intención de fortalecer las divisiones menores es buena. Pero a las buenas ideas hay que sumarles una estrategia que permita que se conviertan en buenas acciones. En los últimos 20 días, la estrategia en Millonarios ha brillado por su ausencia. De no retomar el rumbo pronto, alegrías como la del 16 de diciembre de dos mil doce, serán difíciles de repetir, al menos al corto plazo.