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Fueron dos semanas de noches inolvidables con madrugadas emocionantes.
La nostalgia que produce el final de esta historia es el síntoma inequívoco de que fueron quince días que pasarán a la historia, como esas vacaciones adolescentes que dejan recuerdos imborrables. Así como esos amores, el abierto de australiano ha sido sin duda el más emocionante de los últimos años.
Tres batallas épicas. Las semifinales y la final dan muestra del nivel técnico, físico y mental de cuatro deportistas que difícilmente se pueden encontrar en otras disciplinas y que sirvan como ejemplo de lo que debe ser un humano ganador en la vida.
Aunque lleva varios años cerrando el lote de la élite, casi siempre en el honroso cuarto lugar del planeta, Andy Murray mostró gran evolución en este Grand Slam. La llegada del legendario Iván Lendl como coach ha marcado avances en lo que era la mayor ventaja del checo, la fortaleza mental. Parece fácil, pero mantener el pulso firme cuando el corazón va a mil, es un logro que pocos pueden alcanzar en todas las materias del mercado, y Murray parece estar lográndolo.
Roger Federer sigue siendo el rey. A sus 30 años sigue perteneciendo al VIP con sobrados méritos. Sólo la mejor versión de Nadal pudo eliminar los sueños de alargar su inmortalidad. Los que piensan que el ocaso del suizo ha llegado, no podrán dormir tranquilos por ahora, porque el mejor de la historia sigue sacando sus mejores golpes, con la técnica que sólo él puede imponer como soporte del éxito de su carrera. Algunos baches mentales lo hicieron sucumbir ante el incansable español, pero su excelente forma física y la frialdad característica de los suizos siguen estando presentes.
La final merece un capítulo dorado. Hay ocasiones en el deporte en las que bien valdría la pena otorgarles el título a los dos finalistas, y aquí debió ser así. Los dos tenían que haber salido campeones. Nadal no es el dueño de la mejor técnica, no tiene los golpes más bonitos ni el saque más potente, pero es todo corazón, no se da por vencido y juega cada punto como si su vida dependiera de tener que ganarlo. A pesar de sus continuas lesiones y de su insoportable manera de celebrar, el español es la demostración de que la constancia vence lo que la dicha no alcanza.
Djokovic es el mejor del momento. Es el que hoy mejor combina las claves del éxito en el tenis: resistencia, fortaleza mental y buena técnica. Dueño de una carrera que ha evolucionado al ritmo indicado, ni rápido ni lento.
El moño del regalo, el abrazo entre Murray y Djokovic después de la semifinal y el respeto mutuo, independiente del resultado, entre Nadal y el serbio después de la batalla final. Querido Australian Open 2012: te echaré de menos y te llevaré siempre en mi corazón. Gracias por estas dos semanas, imborrables recuerdos que llevaré por siempre. Gracias por recordarme que con amor, constancia y mucha fe, todo se puede lograr.
