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El sábado Cristiano Ronaldo exhibió ante los fanáticos del Real Madrid, antes de comenzar el partido ante el Granada, su cuarto Balón de Oro. En la semana Mourinho había declarado que no es muy amigo de las distinciones individuales en un deporte que es esencialmente colectivo. Estoy de su lado.
Es verdad que hay jugadores, pocos, capaces de cambiar el rumbo de un partido pero sobre todo de una final. Todos los equipos que se consideren grandes o tengan aspiraciones de ganar títulos, deben contar con un par de esos en su escuadra. Tipos que puedan romper los más ordenados esquemas defensivos de los rivales a través de sus capacidades individuales. Messi y Cristiano son los referentes de este grupo.
Pero no son menos importantes, aunque sí menos famosos, los sacrificados. Esos que nunca son protagonistas porque no son goleadores ni cambian el rumbo del juego pero son los que le dan consistencia al colectivo. Los que construyen la confianza a lo largo de la temporada. Normalmente son defensas o volantes de marca. Bonucci o Mascherano nos pueden dar una idea de sus características.
En la mitad de los dos grupos están los ideólogos que injustamente pasan a un segundo plano. Elaboran el juego ofensivo desde muy atrás aunque comúnmente pisan el área contraria. Les dejan el camino expedito a los famosos para que agranden su gloria pero ellos se sienten bien en el lugar que ocupan. Iniesta, Xavi y Pirlo son sus máximos exponentes a nivel mundial.
Capítulo aparte merecen los arqueros. Al igual que los goleadores definen partidos. Una atajada puede determinar perfectamente un título. Un portero capaz de ahogar gritos de gol inminentes es necesario para un equipo que quiera pensar en grande. Por eso Buffon, Casillas, Neuer y todos los arqueros importantes en sus respectivas ligas merecerían mayor reconocimiento.
No sé si Cristiano hubiera logrado tantos balones de oro sin la providencial ayuda de Sergio Ramos que en las dos áreas ha definido campeonatos muchas veces. No estoy seguro de que Messi hubiera construido su imperio en Barcelona sin Iniesta y Xavi. De hecho, sin ellos no ha podido brillar de la misma manera con su selección. Nadie puede asegurar que Italia hubiera logrado el Mundial de Alemania sin las atajadas de Buffon.
Lo anterior para no hablar del liderazgo y la sabiduría que debe tener un entrenador para sincronizar todos los roles, todos los egos, todos los imponderables del fútbol. Y qué decir del papel que juega la suerte, de aquel balón que pega en el palo y entra para definir un título, o el que sale para evitarlo.
Para el show tienen que existir premios como el Balón de Oro, pero si somos sensatos Mourinho tiene razón. No se puede determinar con certeza quién es el mejor futbolista del mundo.
