Es cierto, hay que mantener la calma, esta historia ya la hemos vivido muchas veces, hay que ir despacio, no exageremos en elogios, pero tampoco tengamos miedo de decirlo: Luis Díaz hace parte de una generación diferente.
La de Egan Bernal, Anthony Zambrano, Dávinson Sánchez o Camila Osorio es una generación de deportistas colombianos que representan a esa juventud de un país más consciente de lo difícil que es llegar a la cima y de lo complicado que es mantenerse.
Pareciera que atrás quedaron los tiempos en los que nuestros deportistas derrochaban su dinero y su fama sin medirse. Tal vez lo hacían para demostrar inconscientemente que pasar de no tener nada a tenerlo todo era su único objetivo.
Vivimos en un mundo globalizado en el que el acceso a la información está más al alcance de todos. Buena parte del mundo está en sus manos, en el celular, desde muy temprano, y esto es suficiente para poder medir el tamaño justo de la fama y el dinero. Hoy, el mejor del mundo en cualquier materia es un habitante más del planeta. Habrá alguno de aquí en adelante que tomará por el carril equivocado, pero será un caso raro. Por eso hay que perder el temor a resaltar sus logros.
Luis Díaz, como la mayoría de los de su generación, no necesita largos períodos de adaptación. Todo pasa tan rápido en sus vidas desde tan pequeños, que los cambios son la constante, no la excepción. Los tiempos, no muy lejanos, en que los nuestros sufrían con el frío de Inglaterra, la comida en Europa o el idioma están lejos. Díaz, por ejemplo, está en clases de inglés intensivo y le advirtió a su jefe que en pocos meses no necesitará traductor.
El guajiro hizo lo más importante bien: calar dentro del grupo de jugadores, hacer migas con los otros futbolistas. Se notó claramente en la celebración de su gol el sábado ante Norwich. Dicen que en el abrazo de gol se conoce quién es quién en un equipo, y Díaz ya es uno más dentro de esa constelación.
Ahora, en cuanto al juego, su talento es descomunal y eso no es nada nuevo para quienes trabajamos en esto. Desde que el Pibe Valderrama lo incluyó en la selección indígena que dirigió hace ya casi diez años, vimos algo especial en este jugador.
Pero que no se diga más que el entrenador no influye en la manera de jugar de un futbolista. En Liverpool, como en Porto, Lucho arranca como extremo por izquierda, pero ese no es un lugar fijo. El fútbol moderno exige movilidad, para no ser presa fácil de la referencia del rival. Por eso pasa de afuera hacia adentro permanentemente, pero también se queda por ratos en la derecha o incluso como nueve de área. Si el futuro de la selección va a girar en torno a él, se necesitará un seleccionador que entienda que a los pelados de hoy no les gusta sentir miedo, les gusta que los reten a ser valientes.