Es muy difícil pensar en un buen espectáculo de fútbol en Colombia con el actual estado de las canchas en las que se juegan los partidos profesionales.
Es cierto que algunos estadios se encuentran en remodelaciones estructurales con miras al mundial juvenil del próximo año y se supone que quedaremos con verdaderos tapetes para la práctica adecuada de este deporte. Pero no se entiende cómo una cancha como la de El Campín esté en tan deplorable estado.
La cancha del estadio capitalino fue sometida hace pocos años a una reparación sin precedentes. La grama fue levantada y volvieron a sembrar una nueva. Se prohibió su uso para conciertos, yendo en contravía de lo que sucede en todos los estadios del mundo, y ya se entiende la razón. Esta cancha es tan débil que apenas con el paso de algunas volquetas utilizadas en la remodelación de las tribunas se vuelve imposible.
Si la situación es así en el máximo escenario de la capital del país, imagínense lo que sucede en otros lugares como Cartagena, Cúcuta, Ibagué o Neiva, ciudades donde no se jugará el mundial y que por ende nos condenarán a seguir viendo cómo el Golty se hace indomable, no propiamente por sus características de Jabulani, sino porque nuestras canchas son verdaderos potreros. Son una invitación constante al esguince de tobillo y la ruptura de ligamentos.
Ahora bien, la grama del monumental de Palmaseca, cerca de Palmira, tampoco se parece propiamente a la del Bernabéu, y veremos cómo quedan las de Medellín, Cali y Barranquilla después de las adecuaciones. Pero al ver la manera cómo están volviendo la de Bogotá, donde no estaba previsto tocar la grama, podemos asustarnos y no estar tan seguros de que tendremos buenas canchas.
La verdad es que nos quejamos de nuestros futbolistas y el espectáculo, pero no hacemos bien la tarea de comenzar por lo mínimo: una buena cancha.