Néstor Lorenzo, después de la derrota en la final de la Copa América, dijo que tenemos que acostumbrarnos a pelear todos los torneos, y ese es un gran propósito que requiere muchos elementos para lograrlo, y para eso es bueno revisar qué es lo que hace Argentina, el único rival que le ganó al equipo de todos y que, además, en tiempo presente conjuga el verbo ganar como ninguna otra selección del planeta. Tal vez algunos elementos nos puedan servir como referencia para que jugar finales se convierta en una sana costumbre y ganarlas comience a ser parte de nuestro lenguaje.
Para empezar, Argentina tiene una cultura de trabajo en equipo ancestral. En todos los barrios hay clubes deportivos construidos y sostenidos por la comunidad. El deporte, en particular el fútbol, el rugby, el baloncesto y el tenis, es mucho más que una opción para salir de la pobreza.
En lo que tiene que ver con fútbol, han construido una historia tanto ganadora como perdedora que hoy les permite ejercer con equilibrio su supremacía mundial. Lejos están los tiempos en los que los argentinos eran famosos por su prepotencia o por mirar a los demás por encima del hombro. Es que después de sus dos primeros mundiales conquistados, después de Maradona, vivieron 28 años sin ganar nada. Eso sí es aterrizar de barriga con el ego mirando hacia la pista.
Perder es la mejor manera de aprender a ganar. Messi perdió tres finales de Copa América y una de un Mundial antes de las cuatro que ganó en los últimos cuatro años, dos Copas, un Mundial y la Finalissima. Después de la de 2016 incluso se retiró de la selección, porque en su país le daban desde el cómodo micrófono con toda. Las frustraciones se acumulaban sobre sus hombros, y sobre ellos las de un país cuya autoestima depende en gran medida del fútbol.
Pero fíjese que aprendieron a jugar finales. A esta Argentina, bicampeona de América y campeona del mundo, nunca le ha sobrado magia, pero nunca le ha faltado inteligencia, paciencia, determinación y convencimiento. No es que Scaloni esté cambiando el fútbol con una revolución táctica, es que su equipo se potencia ante la exigencia. Entre más los aprietan, mejor funcionan, y así fue en la final del domingo en Miami. Pero hay elementos semejantes entre los dos equipos que nos dan la tranquilidad de saber que si las cosas se siguen manejando como hasta ahora, todo va por buen camino. Ellos tienen a un extraordinario portero, como Dibu Martínez, una línea de volantes que determina el equilibrio y los momentos para construir o destruir, De Paul, Enzo y Macallister son el fútbol moderno. También cuentan con goleadores de la talla de Lautaro Martínez o Julián Álvarez. Nosotros, en todos esos puestos, contamos con hombres muy competitivos. No en vano se sacaron un ojo para ganarnos. Ah, nosotros, parece, tenemos James para rato.
Estamos aprendiendo a jugar finales, ahora hay que hacer que eso sea costumbre hasta que las aprendamos a ganar también.
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