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“La Champions es una moneda al aire”, dijo Pep Guardiola tras ganar, por fin, la Champions con el Manchester City. Más que merecido el título para los ciudadanos, porque está demostrado que no basta con el dinero para hacerse a los títulos más importantes del mundo, o si no miren lo del PSG.
Así como en su época en el Barcelona lo marcó el juego de posesión y progresión con el que, a partir de la tenencia de la pelota, ahogaba a sus rivales y los adormecía hasta marearlos y encontrar los espacios necesarios para marcar goles, este año, su mejor curso con el City, será recordado por la versatilidad de su equipo.
Ya no son la presión ni las secuencias de pases veloces las que marcan la diferencia. Guardiola cuenta con un variado menú de versatilidad que lo define. No hay hombres que ocupen posiciones fijas ni número telefónico predecible. De pronto uno ve siempre por un costado a Bernardo y por el otro a Grealish, así como encuentra a Halland como único punta. El resto son máquinas automatizadas para sorprender.
Con todo y eso, la expresión en la final de la Champions no fue la mejor. Lejos de ejercer la superioridad que exhibió frente al Madrid y el Bayern Múnich, el nuevo campeón de Europa terminó colgado de los palos después de haberse sacado un ojo para hacer un gol, que llegó, eso sí, por una genialidad de Bernardo por la derecha y una milimétrica definición de Rodri.
Pero Guardiola tiene razón. De alguna manera, las grandes definiciones en el fútbol y en la vida se dan por pequeñísimos detalles que muchas veces no están en las manos de quienes planean y ejecutan las acciones. Es que esa pelota de Rodri bien pudo rozar a un defensor del Inter y desviarse, así como el cabezazo de Lukaku fue a dar a la pierna del arquero rival, que estaba sembrada ahí. Bien pudo rebotar hacia adentro del arco, pero no, salió. Y qué decir del cabezazo de Dzeko que pegó en el horizontal y salió para el frente. Dos centímetros más abajo del poste y hubiese rebotado hacia adentro.
En medio de esa presión que les metemos a los deportistas para que logren lo que en nuestras vidas no podemos hacer casi nunca, ganar, nos olvidamos de los imponderables y entre ellos uno muy significativo del que pareciera un despropósito hablar, como lo es la suerte.
El Inter no fracasó, se superó a sí mismo para llegar a una final de Champions de nuevo y sin embargo estuvo a muy poco de ganarla. Guardiola, el justo ganador con su equipo, tiene la razón: la Champions League es una moneda al aire. Deberíamos quitarle tanto drama a la derrota y al fracaso porque, entre otras cosas, son permanentes compañeros de la vida. En cambio la victoria como la queremos aparece solo de vez en cuando y además siempre desearemos más; el “resultadismo” es una sed que no se quita.
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