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Los genios de todas las áreas de la vida son especiales, salidos del molde. Su manera de vivir es la que expresan en su trabajo, porque lo suyo es cocina de autor. Brasil nos ha dado, a lo largo de la historia, la oportunidad de disfrutar de muchos futbolistas de esos que nos sacan sonrisas solo con verlos jugar, y las sonrisas espontáneas en el último siglo han sido escasas. Lo hacen por su magia con la pelota, su irreverencia a la hora de hacer un regate, una gambeta o algún lujo utilizado como recurso. Soy de los que vi a la Brasil del 70 en resúmenes porque no había nacido, pero en parte me enamoré de este deporte gracias a la canarinha del 82 que, aunque no quedó campeona en España, sí dejó estampada en mi corazón la magia de Zico, Sócrates, Falcao y Eder. Ese equipo dirigido por Telê Santana marcó un hito. También vi a Brasil pasearse por Corea y Japón con la capacidad artística de Ronaldinho, Rivaldo y el gordo Ronaldo, o la del 94 que, aunque menos vistosa, contaba con Romario, suficiente para golpear los dedos contra la mesa a ritmo de samba.
Neymar lleva el piano en la espalda de ser el único atrevido en la pentacampeona de los últimos años, pero además no ha podido ganar nada con la selección de mayores, porque la Copa América de 2019 la ganaron sin él. El gran Ney, genio y figura, se ha ajuiciado afuera de la cancha con el paso de los años. Pareciera que los tiempos de noches desenfrenadas justo en los momentos definitivos de Champions quedaron atrás y a sus 29 años no quiere saber de nada distinto al fútbol. Por el contrario, se le ve en exceso enfocado en su trabajo y al final ese, como todo exceso, es malo.
Neymar debe sentir en su selección que no basta con su talento y seguramente quiere ayudar a algo más. En ese afán de lograr ese “algo más”, se pone de “solidario” con los de overol de su equipo y trata de influir a partir de acciones que no son compatibles con su linaje de artista. Tal vez es por eso que provoca a sus rivales, pelea con el árbitro y simula faltas, incluso cuando la jugada le puede dar panorama de gol. Y los de negro, como Tobar el jueves pasado, se sienten intimidados, cómo no. Póngase usted en los pies de ese pobre señor. Una tarjeta roja a Neymar en su propia casa bien podría costarle su carrera, si tenemos en cuenta el poder que ejerce Brasil sobre el fútbol mundial.
Neymar sabe que hasta acá en su carrera no le calza un zapato a sus antecesores. Y no es por falta de talento o títulos. Es que el gran Ney quiere encargarse de todo en la selección y eso no se puede en un deporte de equipo.
Alguien debería contarle que en Brasil del 70, la de Pelé, Rivelino, Jairzinho y Gerson, era Carlos Alberto el encargado de pelear. Los talentosos se dedicaban a jugar.
