A veces los amistosos de noviembre, tan lejanos del ruido de los grandes torneos, sirven para cosas más importantes que el resultado. Ante Nueva Zelanda, más allá del marcador, Colombia encontró una pieza nueva para un engranaje que parecía tener todos los cupos llenos. Se llama Gustavo Puerta. Nació en La Victoria, Valle del Cauca, mide apenas 1,70 m y algo, pero jugó como si siempre hubiera estado ahí: conectando líneas, dándole sentido al ataque y haciéndoles la vida más fácil a James Rodríguez, Luis Díaz… y hasta a John Arias.
El gol, que siempre ayuda a que todo se note un poco más, es casi lo de menos. Lo que de verdad llamó la atención fue la forma en que Puerta interpretó el partido. Se paró como interior, pero pensó como mediocentro: supo cuándo acercarse al primer pase, cuándo romper entre líneas y cuándo soltarse para pisar el área. Fue socio de James en corto, de Díaz cuando el juego pedía acelerar y también se ofreció como descarga para Arias cuando el equipo atacaba por derecha. Lo que hizo fue conectar, unir puntos, darle coherencia a la circulación de la pelota.
Su irrupción trae recuerdos recientes. Algo parecido pasó cuando Richard Ríos empezó a sumar minutos en esta selección: un jugador que no venía de la élite tradicional, que se hizo a pulso y que, a punta de personalidad y buenas decisiones, se fue ganando un lugar. Puerta también llega desde esa otra ruta: escuelas de barrio en Tuluá, el Bogotá F. C. en la B, el salto al Bayer Leverkusen, un préstamo a Hull City en la Championship, y ahora el Racing de Santander, donde sigue puliendo su juego de mediocampista completo: corre, quita, pasa y llega.
Y ahí es donde su nombre se vuelve verdaderamente incómodo. Porque si algo parece claro en la libreta de Néstor Lorenzo es que el volante de marca es Jefferson Lerma. Ese puesto tiene dueño, liderazgo y jerarquía. La disputa grande estaba –y sigue estando– entre los candidatos a acompañarlo: Ríos, Castaño, Portilla y algún otro que, desde sus clubes, venía haciendo fila en silencio. Era una pelea pareja, de pequeños matices, en la que casi todos ofrecían cosas similares: intensidad, ida y vuelta, y buena lectura defensiva.
Puerta llegó, jugó un partido y cambió el tono de la conversación. No porque haya desplazado a nadie, sino porque ofreció algo distinto. Su manera de juntarse con los de arriba, de darle una línea de pase limpia a James, de entender los movimientos de Díaz y de Arias, apunta a un perfil de volante que la selección no puede regalar así nomás: el del centrocampista puente, el que traduce las ideas del mediocampo al último tercio.
Su partido ante Nueva Zelanda no resuelve nada, pero dispara preguntas. ¿Puede Colombia prescindir de un jugador que entiende tan bien los tiempos del juego, que siempre se muestra, que se asocia y que, además, aparece en el área para definir? En una selección que ya tiene líderes claros y figuras incontestables, el valor está en quienes se adaptan a ellos.
Gustavo Puerta no estaba en las cuentas de casi nadie. Después de ese partido se metió en la discusión por ser el acompañante de Lerma en la convocatoria final rumbo al Mundial. Ahí, en esa pequeña duda del entrenador, empieza a abrirse la puerta de un sueño.
🚴🏻⚽🏀 ¿Lo último en deportes?: Todo lo que debe saber del deporte mundial está en El Espectador