Tarde soleada. Partido preliminar entre juveniles. Estadio lleno.
Familias en las gradas, muchos niños y jóvenes, rojos y azules, revueltos en las tribunas; y dos equipos que privilegian la búsqueda del arco contrario, uno de ellos el actual campeón, el otro, el líder del campeonato. No les estoy describiendo el ambiente de un clásico entre Millos y Santa Fe de los sesenta, setenta u ochenta. No, ese fue el clásico del pasado sábado en El Campín.
Pareciera que el fútbol capitalino está volviendo a ser lo que nunca debió dejar de ser, referente en el concierto nacional. En lo futbolístico, las justas expulsiones de Bedoya, Ochoa, Cardona y Torres, lejos de significar que los dos equipos se metieran atrás a especular y a cuidar un empate, terminaron por privilegiar el juego limpio por parte de quienes se quedaron en la cancha, buscando de manera emotiva el resultado. Santa Fe leyó mejor el partido ante esas circunstancias, pero millonarios fue más efectivo a la hora de definir el clásico. El mejor castigo para los expulsados fue ver cómo sus compañeros se dedicaron a jugar fútbol ante su ausencia. Una vez más se le fueron las luces a Bedoya. Eso sí, Torres y Cardona tienen tiempo de aprender que a pesar de ser un deporte de contacto, debe haber lealtad para el compañero y para el rival, tal como sus compañeros, los que se quedaron en la cancha, lo hicieron.
Excelente fue el comportamiento del público, ejemplar para los cuatro expulsados. La presencia de muchas mujeres y niños al lado de adultos responsables, cambia el panorama que hasta hace poco reinaba en El Campín. El fútbol ha vuelto a ser la fiesta del deporte popular, algo que parecía imposible hace un par de años. El final de película que vivieron los santafereños el año pasado con la obtención de un clásico, definido con un gol en el último minuto por parte de su arquero, Camilo Vargas, lo vivieron esta vez los azules, con la definición en el último minuto por parte de Máyer Candelo. Sin duda, estos son los partidos que matriculan a los niños para siempre como partidarios de un equipo.
Fue grato ver, antes del partido de fondo, el clásico Sub-17, por los octavos de final de la categoría nacional. Hace muchos años, el plan de ir al estadio incluía el partido de reservas, que era tan importante como el de fondo. Esta vez, los hinchas gritaron con el corazón los dos goles que significaron el empate. Fue lindo volver a ver un clásico capitalino como el del sábado. Ojalá la violencia, los rojos y azules enfrentándose siendo coleros, los equipos tacaños con el espectáculo y los futbolistas-boxeadores hayan sido expulsados para siempre de los clásicos capitalinos. Ojalá las familias, los niños que se mezclan en las tribunas independientemente del color que los enamora y el fútbol generoso, hayan vuelto para quedarse, como en los viejos tiempos.