Se ha vuelto costumbre que los futbolistas colombianos se van muy jóvenes al exterior y retornan al poco tiempo con el rabo entre las piernas, aunque con sus cuentas bancarias llenas.
Es entendible que quieran solucionar su futuro lo antes posible. La del jugador de fútbol es una carrera muy corta y normalmente ellos vienen de familias en las que hay necesidades básicas que están lejos de ser cubiertas. Es muy fácil convencer a un jugador de irse al exterior a temprana edad. Los equipos poco pueden hacer para retenerlos, aunque así lo quisieran, porque los empresarios, que son los que consiguen los negocios, están al acecho.
Son ellos precisamente los que tienen que pensar en algo más que dinero. Representar a un jugador tiene que ir más allá de conseguirle el mejor contrato posible en lo económico. Sé que en un mundo gobernado por el rey billete es demasiado pedir que se preocupen por corresponder la confianza de sus apoderados, que les entregan toda su vida sin pensarlo dos veces, invirtiendo en su formación para el éxito en lo psicológico. Pero esta tarea, que no se está haciendo, no solamente es responsabilidad de los empresarios. Los equipos también tienen su cuota. Son pocos los que invierten en su educación académica y de valores para que cuando llegue la fama no se pierdan por ahí, como desafortunadamente suele suceder con los futbolistas colombianos.
Deberían entender los empresarios, las escuelas de fútbol y los clubes que, cada vez que un jugador se comporte de manera indebida en su vida personal y cada vez que un joven de estos se tenga que devolver porque no pudo rendir como se esperaba en el exterior, su negocio se pone en riesgo. La mala fama es irreversible.
La industria de exportación de jugadores colombianos cuenta con lo más importante: materia prima de calidad. Pero está en mora de invertir en lo realmente importante: la maduración de los jugadores.
Es por el bien de estos seres humanos, que debería ser lo primero, pero también por la prosperidad de su negocio, que se debería reglamentar internamente la profesión de futbolista en términos de formación académica —al menos el bachillerato debería ser requisito— y mental. A pesar de los evidentes éxitos de muchos de los nuestros en el exterior, la exportación de jugadores colombianos sigue estando muy lejos de equipararse con la industria montada alrededor de este tema en Brasil, Argentina y Uruguay. Y no es que sea tan difícil. En este último país, por ejemplo, estamos hablando de una industria que representa uno de los primeros renglones de la economía de la nación.