El sábado viví dos experiencias futbolísticas distintas entre la mañana y la tarde. La goleada del Chelsea 6-0 sobre el Arsenal y el empate a cero entre Santa Fe y Chicó.
No me voy a referir a las evidentes y lógicas diferencias técnicas existentes entre los jugadores. Más bien voy a resaltar lo que unos y otros hicieron por el espectáculo, cosa que puede explicar, en parte, la razón por la cual la gente cada vez se aleja más de los estadios en nuestro país.
En Inglaterra, los dirigidos por Mourinho aplastaron a los de Wenger. Una paliza de características históricas. Aún con el marcador 6-0 a su favor, los azules seguían buscando un gol más, mientras los rojos, lejos de querer detener el ritmo del partido para no sufrir una humillación mayor, continuaban buscando la manera de salvar el honor. Correr está implícito en su ADN, hace parte de los requisitos no negociables para jugar al fútbol, para devolverles a los hinchas la generosidad que tuvieron al pagar su entrada para verlos. Mas allá de los resultados, los jugadores entienden que este deporte exige respeto por el espectáculo.
En cambio en la tarde, lo ofrecido por Chicó no es otra cosa que la demostración de que en Colombia ya son factor dominante los equipos que le apuestan a mantenerse en primera división para tener mejores oportunidades de vender jugadores. Ya ni siquiera prima el resultado, porque un empate es considerado por ellos como un gran premio. La gente poco les importa, porque como ellos no tienen muchos seguidores ni viven de ellos, el público pasa a un segundo plano.
Es triste ver cómo un equipo renuncia a hacer un gol de la manera como lo hizo el cuadro ajedrezado. Su entrenador encargado dijo en la rueda de prensa que sus jugadores hicieron un gran trabajo y se pararon bien en la cancha. Acertó, se pararon. El abuso en la pérdida de tiempo, el trotecito a velocidad de caminata lenta para ir a los cobros, la simulación de faltas, la presencia del solitario Tigre Castillo como único hombre de ataque, son sólo algunas explicaciones de por qué tan solo se jugaron 28 minutos efectivos en el segundo tiempo.
Es cierto que jugar al filo del reglamento es válido. También lo es que la táctica defensiva bien ejecutada entrega resultados y el resultado es, lamentablemente, el que prima en un país como el nuestro, por encima de las maneras. Ante eso no hay nada que hacer. Pero al menos desde la respetuosa crítica, los hinchas y los periodistas, tenemos el deber moral de no premiar con aplausos a los equipos que se van contentos con empates, logrados con tan poco sacrificio en pro del espectáculo, como si los que pagan lo boleta fueran los enemigos de su negocio.