Recuerdo con nostalgia las épocas en las que las noticias positivas que se tenían de ciudades como Pereira, Armenia, Bucaramanga, Santa Marta o Cúcuta eran las que llegaban al país por cuenta de su equipo de fútbol.
Pero las cosas han cambiado radicalmente. En la temporada 2014 competirán en la primera división ocho equipos que no convocan a los hinchas a los estadios, no tienen historial ni afición propia y salvo Patriotas, no representan a ninguna región. Es el caso de Uniautónoma, Patriotas, Chicó, Alianza Petrolera, Itagüí, Envigado, Fortaleza y Equidad.
Por su parte, en la categoría B, competirán ocho equipos históricos del fútbol colombiano. América, Unión Magdalena, Cúcuta Deportivo, Deportivo Pereira, Deportes Quindío, Real Cartagena, Tuluá y Atlético Bucaramanga. Todos ellos representaban a una ciudad, un departamento o una región. Sus estadios algún día se vieron llenos de aficionados con sentido de pertenencia que los apoyaban. Hoy, estando en la B, la gente se olvida de ellos, tal vez en respuesta al olvido del que ellos fueron objeto cuando fueron descendidos de categoría.
Injusto sería culpar a los nuevos equipos de lo que está pasando. Ellos se ganaron su derecho a estar en primera gracias a sus buenas actuaciones en la cancha y nadie se los puede quitar. Son buenos ejemplos de empresas de fútbol en su mayoría. Alguno representa a una comunidad universitaria, otro a una iglesia y otros tantos intentan escribir la historia. Eso está bien por ellos.
Lo cierto es que el campeonato colombiano se parece cada vez más a un torneo interempresas y no a uno profesional en el que, como era su espíritu original, cada región debería tener a su representante peleando por el título nacional. Lo peor de todo es que esos equipos históricos parecen sentirse cómodos en la B, respondiendo a los intereses particulares de quienes los manejan para vender a algún jugador y llenar sus bolsillos a bajo costo.
Por eso resulta ejemplarizante la acción del gobierno local de Armenia, que le ha exigido al dueño del equipo devolver la ficha de la institución. Lo mismo debería suceder con los otros en cuestión. Total, el Estado pone los estadios y los patrocinios de las empresas gubernamentales, en teoría porque el fútbol es la actividad recreativa más importante de cada región, aunque en realidad en esos lugares es una auténtica pesadilla. Si en Dimayor no existen mecanismos para obligar a los directivos a armar equipos competitivos, sana es la intervención de los gobiernos locales para que les devuelvan a las ciudades su máximo patrimonio.
Ojalá el Quindío vuelva a manos de la ciudad y ésta ponga el equipo en manos de alguien que quiera hacer algo positivo por su departamento para que el ejemplo se multiplique por ocho en un corto plazo.