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Di Mateo

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Antonio Casale
20 de mayo de 2012 - 11:00 p. m.
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"Vístanme despacio porque voy de afán", decía Napoleón Bonaparte queriendo decir que en los momentos difíciles es cuando más hay que guardar la calma.

Pues Roman Abramovich, dueño del Chelsea, hizo todo lo contrario: cuando su barco se hundía bajo la batuta del encopetado entrenador portugués André Vilas Boas, al multimillonario ruso no le tembló la mano para hacer un relevo y dejar al frente de su nave con cara de Titanic al novato entrenador italiano Roberto Di Mateo, exjugador de su escuadra y quien en apenas tres meses enderezó el rumbo y le dio la mayor alegría de la historia a los hinchas de Stamford Bridge, el título de la Champions. Di Mateo no se reinventó el fútbol en tres meses, tampoco es el nuevo Mourinho, simplemente hizo la que hoy pocos hacen, la fácil. Eso le bastó para entrar en la historia del fútbol mundial.

Alguno dirá que el italiano venía siendo parte del proceso de su antecesor, de quien era su asistente, pero basta ver la manera como juega su versión del Chelsea, radicalmente distinto a como lo hacía hace tres meses, para darse cuenta de que Di Mateo tomó medidas de emergencia que le funcionaron. El equipo del portugués era más ofensivo, alargado y arriesgado. El del italiano no parece equipo inglés, a pesar de contar con los mismos jugadores. Fiel a su naturaleza, este Chelsea campeón desempolvó las raíces del catenaccio. Defenderse bien, copando todas las zonas del campo, y ser contundente en ataque las pocas veces que se llegue a posición ofensiva, son las nuevas premisas. El resultado: sólo dos derrotas en el período Di Mateo, con título de FA cup y Champions en apenas 15 días.

Devolverles la confianza a los capos del equipo fue vital. Mientras el vulgo despedazaba a sus otrora ídolos, incluido Vilas Boas, Di Mateo les devolvió la confianza. De un equipo inseguro y desconfiado, hizo uno que jugara a no equivocarse como premisa para recuperar el amor propio. El exjugador de los blues logró que volviera la mentalidad ganadora de un grupo que la tenía bien embolatada. Se hablaba de un equipo envejecido y costoso, todos pedían a gritos un cambio generacional. Se decía que eran jugadores sin hambre de gloria pues ya lo habían ganado todo menos la Champions, poca cosa, decían en tiempos de crisis, si se tiene en cuenta que sus cuentas bancarias están abarrotadas. Lampard, Drogba, Therry, Cole y compañía parecían hace tres meses verdaderas piezas del museo de cera del club de Stamford Bridge.

Lo cierto es que el multimillonario ruso Roman Abramovich, desesperado por no ver los resultados de su inversión y poco dado a los procesos largos, acertó al despedir a Vilas Boas cuando lo consideró necesario. Queda demostrado que no siempre guardar la calma en tiempos de crisis es lo que asegura resultados. Queda claro también que en el fútbol no existen verdades absolutas.

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