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¿Dónde estaba el capitán del barco después del primer gol de Uruguay?
Colombia le daba un manejo aceptable al partido en el cero a cero, pero nunca supo reaccionar, terminó hundiéndose en su impotencia. Durante la tormenta nadie se atrevió a tomar el timón.
El componente mental en el deporte es cada vez más decisivo. La cosa es así. El cerebro le da las órdenes al cuerpo y éste, si hay una buena preparación para la competencia, responde de forma natural. Entonces, si lo anterior se cumple, la toma de decisiones casi siempre es la correcta. Pero cuando ocurre algo inesperado el cerebro se estresa, en consecuencia el cuerpo también, y los dos se paralizan. A partir de ahí la toma de decisiones casi siempre es la incorrecta. Es en momentos de zozobra que se necesita la mano de un factor externo que haga que la mente y el cuerpo reaccionen. Es ahí cuando se necesita al capitán del barco.
El primero que brilló por su ausencia fue precisamente José Pékerman. El argentino ya ha cambiado varias historias a punta de liderazgo. La primera fue cuando llegó, logró que el grupo le creyera ciegamente y en consecuencia les imprimió su mensaje ganador, ofensivo, irrespetuoso en el buen sentido. En partidos puntuales, como el de Chile en Santiago durante la eliminatoria anterior, supo tocar el equipo en momentos difíciles y le dio la vuelta al partido. Lo propio sucedió contra los australes en Barranquilla, cuando en el camerino cambió una película que pintaba peor que la de la semana pasada. Esa remontada de aquel cero a tres es la mejor demostración de su liderazgo.
Pero el martes su gesto lo decía todo. Estaba confundido. No pudo entregar ningún mensaje claro a sus jugadores y sus decisiones fueron equivocadas. Pretender remontarle a Uruguay jugándole al pelotazo es como castigar a un niño que perdió el año en el colegio llevándolo a Disney. Los llevó a su zona de confort.
Lo peligroso de todo esto no es el resultado ni la mala noche en Montevideo. Esas cosas hacen parte del fútbol, de la vida. El verdadero riesgo está en la pérdida de ascendencia que puede estar generando en el grupo. El liderazgo, por injusto que sea, se pierde en muy poco tiempo y casi nunca tiene regreso. Las credenciales en el mundo de la competencia se deben validar todos los días. El argentino debe retomar el manejo y lo tiene que hacer rápido si quiere estabilizar la nave.
No la tiene fácil el capitán del barco si además tenemos en cuenta que, aunque cuenta con buenos marineros, cumplidores de sus labores, no ha aparecido quien pueda tomar el lugar de Yepes como su mano derecha en la cancha, como el elemento que sea capaz de llevar su mensaje, de hacer que el grupo reaccione ante la tormenta.
Nota: Esta columna volverá el 8 de noviembre por motivo de vacaciones.
