El árbitro del Barça

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Antonio Casale
11 de marzo de 2017 - 03:00 a. m.
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El arbitraje del partido entre Barcelona y PSG que terminó con la remontada histórica culé fue vergonzoso. No habrá sido la única razón por la que los catalanes lo lograron, pero sin duda tuvo que ver. En contra del Madrid también se equivocan. De hecho, es más frecuente que los árbitros se equivoquen en contra de los equipos grandes. Las razones son muchas.

La primera es de lógica elemental. Los equipos que cuentan con mejores armas ofensivas atacan más, viven el partido cerca del área rival y, al desarrollarse ahí el juego, las decisiones disciplinarias se toman en ese sector.

La segunda es la presión que ejercen sobre los seres más indefensos del fútbol, los árbitros, tanto los jugadores como los hinchas. Messi, Neymar y Suárez no están pintados en la pared, son personalidades importantes y, por más que no se quiera entender, son más influyentes. Sus constantes protestas hacen mella inconsciente y lo saben.

La tercera y no menos importante es la cultura del engaño. Lo de Suárez y Neymar es digno de condena pública. El engaño hace parte del fútbol, es cierto, pero hay engaños éticamente correctos y otros reprochables. Entre los primeros está la gambeta. Jugadas que estratégicamente se pueden o no planear para engañar al rival. Pero el engaño al árbitro, práctica común en jugadores como los citados y que lamentablemente es aplaudida por los hinchas, lleva a los errores arbitrales. La simulación de Suárez para el penal del quinto gol y otras tantas de Neymar no ayudan en nada al trabajo del juez.

La cuarta es más subjetiva y tiene que ver con amaños para favorecer a los equipos grandes. Hace menos de un mes Piqué y el presidente del Barcelona, Bartomeu, se quejaban de los arbitrajes y protestaban porque al Madrid lo favorecían. El pez muere por su boca. Se equivocan contra y a favor todos, en especial de los grandes. Cierto es que las ayudas tecnológicas son las únicas que podrían hacer de este un juego más justo. Sería la única manera de dejar de pensar que a los poderosos hay que meterlos en las finales a la brava por causa de intereses económicos y políticos.

No se trata de erradicar la injusticia del fútbol. Las reglas están hechas por humanos y el juego lo practican humanos, lo que de entrada lo hace imperfecto. Pero si los jugadores en la cancha asumieran códigos éticos, los hinchas condenaran el engaño de sus propios jugadores y los directivos le metieran la ficha a la tecnología, seguro tendríamos un deporte más justo, apasionante y que sirviera de espejo para una sociedad necesitada de buenos ejemplos para evolucionar.

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