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El Campín, capítulo enemil

Antonio Casale

13 de marzo de 2011 - 10:00 p. m.

En la capital de un país como el nuestro no existe un lugar para realizar espectáculos grandes como conciertos. Es cuento viejo, lo sorprendente es que ahora tampoco hay un estadio con una cancha en buen estado para el fútbol.

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Hace pocos años, los equipos de Bogotá estuvieron sin jugar en su estadio por cuatro meses. La causa: la cancha estaba dañada por culpa de los conciertos. ¡Pero claro! —exclamaron algunos—, un estadio de fútbol es para jugar fútbol, no para conciertos, que construyan otro para esos menesteres. Fue el clamor de los más ofendidos. Entonces, decidieron cambiarla en su totalidad y prohibir la realización de otros eventos.

Hoy, casi cinco años después del último concierto y con una grama nueva, el estadio será cerrado para la celebración de partidos de clase triple A por mantenimiento. Es un terreno lleno de arena entre el pasto, blandito, con desniveles y en nada se parece a lo que tendría que ser la cancha donde se jugará la final del Mundial sub 20.

Esta vez no se puede culpar a los conciertos, porque Paul McCartney tuvo que irse a Lima, donde le abrieron cuatro estadios a su disposición ante la negativa bogotana. En ese estado, la cancha no puede prestarse para estos espectáculos, si no aguanta un partido, menos va a soportar a la gente saltando como en todos los estadios del mundo. Conclusión, Quedó mal hecha.

No me cabe duda, la cancha será sometida a medidas de emergencia para que, si no llueve mucho, esté presentable para el mundial. Pero después nos quedaremos con un terreno de juego mal hecho. Cinco años sin conciertos y que la cancha se encuentre en ese estado, son suficientes para demostrar que contrataron a alguien que hizo mal su trabajo.

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Que Santa Fe y Millos tengan que irse a jugar a Techo sólo porque la cancha, construida hace tres años, no está lista, es un claro atentado contra el desarrollo de los equipos. El mismo atentado que representa para los bogotanos no poder ir a su estadio, ni a ver fútbol ni a ver conciertos. La ciudad cuenta con dos potreros monumentales. Uno, para partidos de fútbol clase triple A, se llama El Campín. Y otro, disfuncional, que tampoco fue construido para conciertos, el Simón Bolívar.

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Lo peor es que no pasa nada, el fútbol y los conciertos son insignificantes al lado de los problemas que afronta Bogotá. Estaremos en junio sentados en un lindo y remodelado Campín, cuya cancha será maquillada para que el mundo no la vea tan mal. ¿Y después quien podrá defendernos?

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