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Fernando Llorente era, hasta hace unos días, el ídolo de las nuevas generaciones de seguidores del Athletic de Bilbao, un equipo español que despierta admiración por su singular manera de sobrevivir exitosamente.
El anuncio de su partida cuando finalice su contrato, en el verano europeo de 2013, sin tener ninguna oferta oficial de otro equipo, tiene a la hinchada iracunda y al presidente del club pensativo.
Este equipo es reconocido porque su plantilla está conformada por hombres oriundos de esa región o que se han formado allí. Así ha sido a lo largo de casi toda su historia. Ni la presión que representan competitivamente los equipos más ricos, como el Real Madrid o el Barcelona, logró que los bilbaínos cambiaran sus principios. Para que nos llevemos una idea, es como si en Colombia un equipo como el Pereira hubiera decidido jugar desde sus inicios con hombres nacidos en el Eje Cafetero, o formados allí, con gran suceso.
El equipo vasco es el único, junto al Real y Barcelona, que nunca ha descendido. Ha ganado veintitantas Copas del Rey, es el cuarto equipo que más títulos de primera división ostenta en su país y es el actual subcampeón de la Liga Europa.
Los jugadores formados allí tienen un particular sentido de pertenencia. A pesar de no percibir salarios ni parecidos a los que se ofrecen en otros clubes, les cuesta mucho abandonar la disciplina bilbaína.
Que un jugador del Bilbao se vaya porque encuentra una mejor oferta es normal, para el humano que busca un mejor futuro económico y para el club que debe fortalecer sus finanzas. Pero que Llorente, ídolo contemporáneo, quiera marcharse tras la culminación de su contrato, en junio de 2013, sin tener una mejor oferta y anunciando que se va por razones deportivas, es motivo de ira por parte de los hinchas, que hoy catalogan de traidor y mercenario a quien hasta hace unos meses era su ídolo.
Aun así, lo que llama la atención es la reacción del presidente del club, Josu Urrutia, quien ha ido al verdadero fondo de la situación, desactivando así, lo que en otras latitudes, sería el florero de Llorente o el comienzo del fin de una filosofía que ha marcado historia. Ante la situación, el presidente dijo “que alguien que lleva 17 años aquí se quiera ir significa que algo no se ha hecho bien. Es un fracaso institucional”.
El presidente da en el clavo. Reconoce la realidad antes de buscar culpables en terceros. Seguramente Llorente se irá, pero la filosofía, que será sometida a autoexamen, se mantendrá intacta. Esas son las ventajas de contar con un norte institucional claro. Sin duda es una buena lección para muchos de nuestros dirigentes, acostumbrados a dar bandazos cada vez que se rompe un florero de Llorente.
