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El inconsciente colectivo

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Antonio Casale
04 de agosto de 2013 - 10:00 p. m.
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Mientras España se hunde en la crisis económica más grave de los últimos tiempos, en donde una de cada cuatro personas no tiene empleo, el Real Madrid les pinta la cara a sus paisanos con la chequera lista para girar 100 millones de euros por un jugador galés llamado Gareth Bale.

Esto sucede apenas un par de meses después de que el Barcelona pagó 57 millones de euros por los derechos de Neymar y el Mónaco, y una Francia que tampoco pasa sus mejores días, giró 63 millones por hacerse a los servicios de Falcao. Entre los tres jugadores, estamos hablando de 210 millones de euros, algo así como 600 mil millones de pesos colombianos mal contados. Una barbaridad para un mundo en el que el 90% del dinero está en poder del diez por ciento de la gente.

Es cierto que el fútbol es el teatro en cuyo escenario se reflejan todos los comportamientos de la humanidad a la perfección. Desde los valores que promueve tales como la solidaridad para el trabajo en equipo, la disciplina y el sacrificio que sus mejores exponentes nos demuestran todos los días para lograr sus objetivos; hasta las más penosas sombras representadas en el fútbol a manera de trampas, casi siempre como consecuencia del mayor mal de nuestra raza, la codicia.

No es que Bale, Neymar o Falcao no estén entre los mejores del mundo. Sus cualidades no están en discusión. Es la desigualdad tan marcada que hay en el fútbol de hoy, entre los poderosos clubes que actúan bajo la influencia del ego de los magnates que los manejan y todos los demás.

Pero lo peor es que el mundo entero muerde el anzuelo. Los hinchas de esos equipos se sienten tan poderosos como sus dueños. Las firmas patrocinadoras desembolsan otros tantos cientos de millones para que esos “ídolos” luzcan sus marcas y las ventas crezcan. Los propios jugadores, como es el caso de Bale, pierden las proporciones y hacen lo que sea para lograr esos contratos, con el argumento de querer asegurar su futuro, como si fueran niños de Etiopía al momento de ser tentados.

Mientras tanto, la mayoría de hinchas pasan serios problemas para poder comer. Las firmas patrocinadoras fabrican millones de camisetas con el nombre estampado de los “ídolos”, hechas en países en donde la mano de obra es más barata, porque las leyes laborales de esos lugares permiten los más crueles atropellos contra quienes las fabrican. Por su parte, la mayoría de jugadores en el mundo, son tratados como esclavos sin que los gobiernos hagan mucho por su dignidad, por temor a perder popularidad al intervenir como se debe con el deporte del pueblo.

En el mundo de hoy, el mejor es el que más dinero tiene y no el que más valores promueve. Y, salvo contadas excepciones, el fútbol de hoy es la máxima expresión de ese inconsciente colectivo.

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