Frosinone, el equipo del pueblo de papá, juega por primera vez en su historia en la serie A del fútbol de Italia. Debo ser el primer miembro de mi familia paterna aficionado al fútbol. Los demás apenas saben que la pelota es redonda. De mi papá y el fútbol sólo recuerdo haberlo visto “sufrir” mientras se jugaba la final de España-82 entre Italia y Alemania. Sin embargo, cuando el marcador ya estaba tres a cero a favor de la azzurra, y después de celebrar tímidamente los goles de Tardelli, Conti y Altobelli, se quedó dormido. No vio la vuelta olímpica, no celebró, le debió parecer que ver a su Italia coronarse campeona del mundo era algo aburrido.
Cuando el Frosinone Calcio, fundado en 1928, ascendió inéditamente a primera división, lo registré en el chat familiar sin obtener respuesta. Tal vez papá ni siquiera se ha percatado de que el equipo de su natal San Donato Val di Comino, una comuna ubicada 40 kilómetros al este de la ciudad de Frosinone, juega en primera división. Yo quiero pensar que lo disfrutamos juntos.
El caso es que el sábado pasado 6.000 hinchas del Frosinone, casi una octava parte de los 47.000 habitantes que hay en la ciudad, viajaron a la capital, tras un par de horas de viaje en bus, para ver por primera y tal vez última vez al equipo del pueblo jugar contra la Roma en el estadio Olímpico, en un juego oficial de calcio italiano. El local ganó por tres a uno y el Frosinone se hunde en posiciones de descenso, es penúltimo en la tabla.
Pero el estado de felicidad de los 6.000 habitantes de este pueblo de la región de Lazio que asistieron al estadio no cambió con el resultado. Antes, durante y después del partido agitaron sus banderas y sus gritos se hicieron sentir. Ver al equipo del pueblo en el mítico estadio olímpico compitiendo es ya una victoria histórica.
Frosinone lleva ocho meses paseándose por toda Italia dando a conocer el nombre de un pueblo que apenas aparece en algunos mapas. El fútbol, entre las muchas cosas que lo hacen hermoso, tiene como característica especial que es una de las pocas actividades de la vida que hace visibles a los desconocidos e iguala a los grandes con los pequeños. Además, los jugadores han sido valientes, han luchado con amor por su camiseta, a pesar de ser el equipo con menos presupuesto económico del campeonato. El sentimiento de fracaso no hace parte de los habitantes del pueblo de papá.
Llegará junio y seguramente Frosinone volverá a la B. Desaparecerá del panorama mundial, pero sus casi 50.000 habitantes saben que la historia de la ciudad tiene un antes y un después gracias al balón. En lo que a mí respecta, por fin logré entablar una relación futbolera con mi padre, aun cuando él está en el más allá. Son los milagros del fútbol, son los milagros del Frosinone.