Fútbol espectáculo

En medio de tan pobre espectáculo que casi siempre nos propone nuestro fútbol, el sábado fuimos testigos de excepción de un partido que quedará en la historia de este torneo como uno de los más vistosos, dramáticos y agradables para los hinchas. Sin duda el Santa Fe-Júnior del sábado será recordado así.

Los puristas de la táctica dirán que fue un partido mal jugado, con demasiados espacios y tránsito libre en la mitad del campo, que los albirrojos fallan en el regreso y que los de Barranquilla no saben cerrar partidos. Y tienen razón, claro que sí, lo que no comparto es que todos estos factores, que deben preocupar bastante a Basílico y a Comesaña, tengan más importancia que el hecho de ver como pocas veces, a 18 mil hinchas felices, quienes sin importar el resultado vieron recompensada su inversión con un gran espectáculo.

Este deporte es entretenimiento, es un show, la gente va al estadio a hacer catarsis de todo lo sucedido en la semana, y por esa razón los partidos con goles, con opciones, con equipos generosos con sus hinchas, son los únicos que siempre estarán por encima de cualquier resultado, son los que reposarán en la memoria de los aficionados por siempre porque los seguidores cardenales salieron felices a pesar de haber cedido dos puntos en calidad de locales. Y el visitante no fue inferior a su responsabilidad de equipo grande, vino a Bogotá y no se ahogó, demostrando que no es dónde se juegue sino cómo se juegue.

Los rojiblancos no sintieron la altura, Giovanni Hernández demostró que es verdad la frase de Maturana que reza que “se juega como se vive”, pues si a su fútbol alegre le sumamos el entorno alegre de la capital del Atlántico, el resultado no podría ser distinto.

Alegría, generosidad, diversión, drama, entrega, todo como en las mejores películas. Si tan sólo cada jornada nos ofreciera dos partidos como éste, seguro la gente volvería a los estadios y entendería que el fútbol no es más que un juego que se diseñó para entretener y para vivir, no para sufrir y matarnos o insultarnos por el simple hecho de pensar diferente.