Hacer un análisis táctico del partido que nos sacó del mundial resulta un tanto irrespetuoso con los jugadores de Colombia.
Recordar los errores cometidos en el primer gol o de la mala tarde de alguno de estos héroes sería desconocer lo realmente importante. Que esta selección nos demostró que cuando hay amor propio y colectivo, la táctica y la estrategia son simples consecuencias que la mayoría de veces producen buenos resultados.
Lo que estos jugadores hicieron allá en la cancha, ese mítico lugar a donde los cuarenta y cinco millones de críticos que hay en Colombia ni nos acercamos a convertir en verbo lo que ellos accionaron, solamente admite aplausos y una inmensa gratitud.
Gracias porque jugaron al fútbol de la misma manera en que el país vive en el día a día. Colombia se levanta en las mañanas a darle la vuelta a la historia, a buscar al rival con la alegría de Súper James y sus súper amigos, a buscar el pan de cada día con la misma actitud de los muchachos que estuvieron en Brasil, sin importar el tamaño de las adversidades.
Gracias porque llegaron al mundial de fútbol no a conformarse con participar sino a pensar en ganar. Gracias porque nos demostraron que no hay límites cuando hay trabajo, sacrificio y amor.
Ahora, en muestra de la inmensa gratitud que les tenemos, es menester que el país deportivo vele porque este proceso continúe, que el equipo siga siendo de todos y no vuelva a las manos de unos pocos directivos, empresarios, patrocinadores o periodistas. No importa que Pékerman no hable con alguno de ellos y mantenga una prudente distancia con el entorno, porque esa fue la vía del éxito. No habría por qué cambiar la fórmula.
Vendrán más victorias y también algunas derrotas. Lo importante es que la idea principal no se pierda. En un país desmemoriado como el nuestro nada de raro tendría que volviéramos atrás.
Gracias muchas gracias muchachos por tanta felicidad.
