Las redes son el reflejo de una sociedad enferma.
La manera como acabaron con Nairo Quintana el sábado tras su heroico intento de lograr alcanzar a Froome en la última etapa de montaña del Tour es tan sólo una demostración.
Es cierto que la libertad de expresión no se le puede quitar a nadie. Es de reconocer que lo que hoy se ve en las redes también se veía, se oía y se leía. Los “periodistas” que ganaron adeptos a punta de despotricar de los deportistas con críticas irrespetuosas y sacadas de contexto pusieron la primera piedra de un fenómeno que ya hoy es difícil de reversar. Lo que esos cobardes hacían escondidos tras un micrófono, lo emulan hoy millones de tuiteros tras un teclado.
No merecería mayor importancia reseñarlos salvo porque los deportistas tienen, como cualquier persona, una honra. Una cosa es analizar los hechos, sacar conclusiones y expresar una opinión sobre lo acontecido, y otra distinta es utilizar todo tipo de adjetivos para desacreditar a quien tuvo la valentía de intentar algo grande, como el caso de Nairo y otros deportistas colombianos.
Pero esa tarea corresponde al periodismo. No se trata de utilizar eufemismos para proteger a los deportistas o para hacerse amigo. El periodista no puede ser tan cercano porque el análisis se contamina. El objetivo no puede ser agradarle. Ese es el otro extremo.
Por ejemplo, el caso de Nairo es simple. Es un héroe que merece todos los aplausos y el reconocimiento, sobre todo de quienes al hacer una revisión de sus propios logros profesionales no encuentran mayores triunfos, es decir, de la mayoría. Al boyacense nadie le ha regalado nada, todo se lo ha ganado a pulso, con su talento.
Lo anterior no quita, ya en el antipático campo del análisis, que se fue otra gran oportunidad de ganar el Tour. Fue en la primera semana, cuando perdió tiempo valioso, como él mismo lo concluyó. También es cierto que el segundo lugar hubiera sido más hermoso si hubiera ganado una etapa, que estuvo cerca. Nairo es joven y en condiciones normales tendrá muchas más oportunidades de buscar el título del Tour y, por qué no, repetirlo. Lo sucedido en la primera semana debe convertirse en lección.
Los periodistas tenemos el deber de analizar y opinar sobre los acontecimientos con la razón y con el corazón, pero siempre respetando la integridad. Está en nosotros la obligación de darle peso a la opinión de los profesionales para que la de los cobardes tuiteros pierda el increíble peso que ha adquirido con la llegada de las redes sociales.