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Si alguien dudaba de nuestra identidad futbolística después de la gloriosa década de los 90, ahora está claro que no está perdida.
Con ella ganamos una Copa Libertadores (con Once Caldas), con ella clasificamos a varios mundiales juveniles y peleamos hasta la última fecha accesos a Corea y Alemania. Con ella quedaron campeones varios equipos en Colombia. Que nos guste o no, es harina de otro costal.
No lo dude más. Nuestro fútbol se juega en su mayoría por grandotes, lo que llamamos buen biotipo. Contamos con arqueros seguros bajo los tres palos y que sacan bien; tenemos defensas centrales en las mejores ligas del mundo; nuestras líneas de volantes son seguras al quitar el balón; a nuestros equipos es muy difícil golearlos. Pero casi todos, salvo la edición 2008 del América de Cali, poseen grandes problemas a la hora de buscar el arco contrario.
Lo peor es que el futuro parece ser el mismo. Ver a la selección juvenil en su mejor presentación –como fue el cotejo contra Argentina– y ver a nuestro elenco mayor en su mejor versión reciente –como lo fue contra Brasil en las eliminatorias– es exactamente igual. Equipos con ganas, con disciplina táctica y un gran biotipo, pero sin creatividad. Con pocas opciones de gol mal definidas, mucho ‘olletazo’ y poco balón al suelo.
Seguimos buscando el ‘diez’ perdido, la sombra del ‘Pibe’ nos sigue atropellando y, como si fuera poco, seguimos poniendo dos delanteros donde sobra uno, porque la pelota por allá llega muy poco y cuando llega les rebota en las canillas como consecuencia del desespero.
Bien podrían intentar los técnicos poner dos volantes de ideas por delante de la primera línea de volantes, de esa manera quedaríamos con un solo hombre en punta, pero seguro podríamos llegar más y tener mas posibilidades de convertir. Ver a Reyna y Sherman juntos desde el vamos es una utopía, parece.
Es que nuestra identidad futbolística de este comienzo de siglo es muy parecida a nuestra identidad como pueblo. Vivimos apagando incendios y eso lo hacemos bien, pero se nos olvidó buscar el arco contrario, que vendría siendo la manera de mejorar, de hacer un país viable en términos de progreso. En resumen, mucha táctica y poca estrategia. ¡Cómo hemos cambiado!
