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‘Invictus’

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Antonio Casale
23 de febrero de 2010 - 01:33 a. m.
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La nueva película de Clint Eastwood, protagonizada por Morgan Freeman, quien representa a Nelson Mandela, aquel emblemático líder sudafricano, es la demostración de que el Gobierno no puede seguir haciéndose el de la vista gorda con nuestro fútbol.

Esta magnífica cinta está basada en la historia real sobre la manera como los Springboks, representando a Sudáfrica en rugby, ganaron la copa mundial de este deporte en 1995 realizada en su propia tierra. Una vez más y como en todas las hazañas deportivas, valores como la solidaridad, el trabajo en equipo, el convencimiento sobre la consecución de los objetivos por parte del colectivo y la existencia de un líder deportivo se ponen de manifiesto.

Hasta ahí, nada que una película de héroes no haya mostrado. Pero hay dos factores a tener en cuenta para que el deporte cobre la relevancia que se merece en un país en conflicto como el nuestro, tal como lo era la Sudáfrica de esa época.

El primero es que cuando hay un entorno positivo y todos los sectores de la sociedad se unen en búsqueda de los triunfos, éstos no tardan en llegar. Aparecen antes de lo esperado aun cuando el talento no sea el mejor. Para esto hay que despojarse de los intereses particulares y enfocarse en los generales.

El segundo, y más importante, es que las naciones ganan cuando los gobiernos ven en el deporte una gran oportunidad de reconciliación, educación y paz con su pueblo. Así sucedió en la Sudáfrica del 95, donde a través del rugby la gente aprendió que blancos y negros podían convivir en el mismo lugar. Sirvió para ayudar a enterrar un viejo conflicto que causó miles de muertes inocentes. Pero para que esto se diera el presidente Mandela quiso intervenir en el Ministerio del Deporte primero, y después como motivador directo del equipo. Entendió que ese colectivo debería convertirse en orgullo de toda la nación y no en fuente de lucro para unos pocos.

Lo negativo es que ninguno de esos valores parecen poder arraigarse en Colombia. Empezando por el perdón de Mandela a quienes lo tuvieron prisionero durante casi 30 años y su afán de reconciliación para hacer viable un país. Siguiendo por la casi nula importancia que el Gobierno le da al deporte y terminando por la peligrosa complicidad con la ilegalidad de la nación con nuestro fútbol. Priman los intereses particulares sobre los colectivos.

En Colombia  pareciera que a nadie le importa nada distinto a la guerra. A nadie se le ocurre que el fútbol y el deporte en general pueden ser la semilla para sembrar una nación que aproveche su riqueza. No queremos perder el invictus de la mediocridad y el individualismo. Como dijo Mandela “uno es el capitán de su alma”.

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