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Santa Fe, Nacional, Once Caldas y Bucaramanga quedaron eliminados en la definición por penales en torneos internacionales. Cuatro equipos que no pudieron sostenerse en el momento decisivo. Once Caldas lo ejemplificó de forma dramática: tras sacar una ventaja de dos goles en la ida, los jugadores celebraron camino al estadio para disputar el partido de vuelta, bailando en el techo del bus como si la clasificación estuviera asegurada. En la vuelta la derrota vino: el desgaste y la desconcentración hicieron el resto.
¿Por qué somos así? No es solo cuestión física ni de talento: nos falta intensidad mental, capacidad de aguantar la presión hasta el final, de no confiarnos antes de tiempo. Hay explicaciones sociológicas que ayudan a entenderlo. Somos un país tropical, sí, donde lo emocional emerge con fuerza; donde la fiesta y la celebración anticipada tienen un peso grande en la cultura. Pero eso no puede ser excusa: otros países con contextos parecidos lo están haciendo mejor.
Ecuador es un buen ejemplo cercano. En este siglo, clubes como Liga de Quito e Independiente del Valle han acumulado varios títulos continentales: Liga de Quito ganó la Copa Libertadores (2008), la Copa Sudamericana (2009 y 2023) y la Recopa Sudamericana en 2009 y 2010. Independiente del Valle ha conquistado la Sudamericana en 2019 y 2022, y la Recopa en 2023. En total, al menos cinco títulos internacionales de primer nivel para el fútbol ecuatoriano en lo que va del siglo XXI.
En Colombia, la lista es mucho más corta. Atlético Nacional ganó la Copa Libertadores en 2016 y la Recopa en 2017; Santa Fe obtuvo la Sudamericana en 2015. Nada más. La cantidad, la continuidad y la consistencia de Ecuador en finales y títulos continentales superan lo nuestro en estos años.
La diferencia también se ve en las selecciones absolutas. En el siglo XXI, Ecuador ha disputado cuatro Mundiales de mayores: 2002, 2006, 2014 y 2022. Colombia, solo dos: 2014 y 2018. Ellos, con menos población y una tradición futbolera más reciente, han tenido más presencia internacional que nosotros en este tiempo.
La técnica la tenemos, el físico también. Lo que nos falta es aprender a sostenernos mentalmente cuando todo se pone difícil, cuando la presión aprieta, cuando el escenario exige concentración absoluta. Las derrotas en penales no solo son mala suerte o puntería fallida: muchas veces son lapsos mentales débiles, caídas de la intensidad, falta de liderazgo interno que recuerde que la ventaja no está asegurada hasta que suene el pitazo final.
Si queremos dejar de repetir escenas frustrantes como la de celebrar sobre el bus antes de tiempo, la diferencia no la va a marcar un mejor jugador ni un físico más rápido. La sacan quienes tienen la cabeza puesta en el juego hasta el último minuto.
Tenemos con qué competir, tenemos historia, hinchada y talento. Pero si no desalojamos la desconcentración, la autocomplacencia y el desdén ante los momentos críticos, seguiremos quedándonos a la orilla. Es hora de trabajar en eso con decisión y constancia. Lo mental no es lo accesorio: es la línea divisoria entre quienes ganan y quienes se quedan soñando.
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