No es casualidad que Alemania y Argentina hayan llegado a la final del mejor Mundial de los últimos tiempos. Más allá de gustos y de las pasiones que puedan suscitar, son los justos finalistas.
A comienzos de siglo los alemanes decidieron reestructurar su fútbol, empezando por la Bundesliga. Existe un manual de desarrollo de divisiones menores de obligatorio cumplimiento para cada equipo, auditado por los encargados de la federación, quienes a su vez son los responsables de las selecciones juveniles. Hay fuertes sanciones para los clubes que no lo cumplan.
En ese manual se contemplan aspectos de desarrollo físico, técnico, nutricional y mental, garantizando la formación no sólo del futbolista sino también del hombre de cara al éxito y el fracaso. Hoy en día, los alemanes fabrican futbolistas con la misma seriedad con la que hacen los mejores automóviles del mundo. De este modo, cuando alguno llega a formar parte de la selección absoluta, tiene claro el libreto, que en lo futbolístico incluye buen trato del balón sin olvidar la naturaleza del balompié teutón, verticalidad, efectividad y equilibrio en defensa. No dependen de Löw o de algún mesías para buscar la victoria. Por lo anterior, el tiquete a la final es apenas una consecuencia de un proceso que comienza a rendir frutos. Al paso que vamos, no sería extraño que estemos ante el comienzo de una dictadura futbolística de los panzers.
Por los lados de Argentina, más pasional, dramática, sentimental como buena nación latina, también hay justicia. Esta generación de jugadores, que conforman el equipo con mayor promedio de edad del Mundial, muchos de ellos campeones del mundo en categorías juveniles, estaban a punto de irse al retiro sin marcar la historia en mayores. Es paradójico que no lo hayan hecho al ritmo de Messi, Di María y Agüero, los dos últimos lesionados en buena parte del Mundial y el primero con la magia de siempre pero sin la actitud de antes. Esta Argentina se inscribió en la final sin atenuante alguno, remolcada por el todo corazón Mascherano y el sorprendente arquero Romero. Esta vez no hubo dictadura que allanara el camino como en el 78, ni gol con la mano como en el 86, tampoco bolsas de agua envenenada para ofrecer a sus rivales como en el 90. Esta vez Argentina avanzó a la batalla final sin nada extradeportivo que pudiera poner en duda el resultado. Sabella, su entrenador, supo leer el ajedrez cada vez que las circunstancias exigieron movimientos. Por un lado, para reemplazar a Agüero y a Di María, pero por otro, para darle equilibrio al medio campo con Biglia en vez de Gago. Esa palabra, equilibrio, es la que define a esta aguerrida Argentina.
La lógica diría que el favoritismo es para Alemania. Ellos, por lejos, han practicado el mejor fútbol. Pero en la vereda del frente estará un equipo que sabe que es ahora o nunca para su generación. Que son prácticos a la hora de jugar y luchadores como pocos. Ah, y un detalle no menor: cuentan en sus filas con un tal Lionel Messi.