La actualidad del fútbol doméstico contrasta dramáticamente con lo que pasa a nivel de selecciones.
Mientras estas últimas, desde la de mayores, pasando por la sub-20 y llegando hasta las femeninas, funcionan como corresponde en un país en el que los futbolistas de calidad son silvestres y sus resultados saltan a la vista, lo que pasa a nivel de clubes es cada vez peor, sin que nada parezca cambiar.
En caso de que Nacional no acceda a la final de la Copa Sudamericana, en la que ha tenido serios problemas para eliminar a dos equipos desconocidos en el continente, siendo el único sobreviviente de los cuatro representantes del país en este torneo, Colombia completará diez años sin haber logrado una sola final a nivel internacional. Honor que tan solo compartimos en el continente junto con Bolivia, Perú y Venezuela. Eso somos, bolivianos a nivel de clubes.
Pero ese paupérrimo balance no es gratuito. El nivel del campeonato es cada vez peor. Es un torneo corporativo en el cual compiten cada vez más equipos sin hinchas y sin ninguna intención de cosecharlos, pues el único objetivo es vender algún jugador al exterior para sustentar su negocio particular.
Aún así son muy pocos los que trabajan bien en las divisiones menores. Forman mercancías para comercializar y no hombres para competir y eso se refleja en las maltrechas canchas donde se juega el campeonato, en los bares en donde se mantienen muchos de estos “profesionales” y en jugadas chambonas donde se evidencia falta de fundamentación en innumerables casos.
De ahí para abajo, ni hablar del torneo de segunda división ni del balompié aficionado, cuyas ligas hace ya muchos años dejaron de proveer jugadores a los equipos profesionales.
Ser jugador de un equipo profesional colombiano, antes era el sueño de cualquier niño. Hoy, en cambio, ante la facilidad de acceder a través de la TV al fútbol internacional, en cuyas mejores ligas militan los héroes de la selección —situación que contrasta con los inseguros y vetustos escenarios donde se juega el torneo local y la programación de los partidos que parece creada para que la gente se aleje de los estadios aunque el 80% continúe sin la señal de TV para poder “disfrutar” de la condena en que se ha convertido ver un partido del rentado local—, los jóvenes talentos prefieren partir a buscar su futuro en otros horizontes sin siquiera haber debutado en su país.
Hace 20 años nos burlábamos de la pobreza de la liga peruana que veíamos a través de la parabólica. Hoy tenemos aquí la liga más parecida a la inca en todo el continente. Lo peor es que a la mayoría de los dueños del negocio poco les importa. Están felices porque gastan poco y ganan mucho. El país futbolero no les importa.