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La receta del éxito

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Antonio Casale
14 de septiembre de 2015 - 03:54 a. m.
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Uno creería que las grandes estrellas del deporte tienen la pócima del éxito, una receta mágica que los hace parecer de otro mundo, pero el secreto es, a diferencia de ellos, terrenal. Consiste en prepararse, fracasar muchas veces, no pensar durante la competencia y amar el oficio. Aquí algunos ejemplos.

Roger Federer, al momento de escribir esta columna, estaba a punto de jugar una final más del US Open para así alargar su leyenda. Durante todo el torneo, en las ruedas de prensa, le preguntaron por el secreto para que a sus 34 años siga siendo el que es. Dijo que ahora hace más y mejor trabajo físico, que duerme entre ocho y nueve horas diarias y que disfruta como nunca antes jugar. También dijo que el antes y el después de su carrera lo marcó una derrota en 2001 en el Abierto de Hamburgo, un torneo menor, cuando intentaba abrirse paso entre los grandes. Perdió ante Franco Squillari, un tenista de media tabla. Ese día tiró la raqueta, la partió en dos y estalló en furia. Ya en el hotel reflexionó en torno a esa actitud y se prometió no hacerlo nunca más; entendió que para lograr el éxito era necesario encontrar paz y armonía. “Ese fue el día que cambió todo”, dijo el suizo.

Después del primer gran Tour de Nairo, cuando terminó segundo en 2013, le pregunté sobre lo que pasaba por su cabeza a la hora de emprender un ataque: “No pienso en nada, si me pongo a pensar me tensiono. Necesito paz. Confío en todo lo que entrené”.

En cuanto a deportes de conjunto la cosa no cambia mucho. Di Stefano decía que “ningún jugador es tan bueno como todos juntos”. A través de la historia los métodos de entrenamiento en el fútbol han cambiado, pero su esencia no. Consisten en repetir una y mil veces acciones posibles de juego para mecanizarlas de manera que el domingo en el estadio no haya necesidad de pensar. Algunos llaman a esto memoria operativa. En consecuencia, si el trabajo colectivo está bien hecho, se disminuye el margen de error individual.

Ya decía Muhammad Alí: “Detesté cada minuto de entrenamiento, pero me dije, no renuncies, sufre ahora y vive el resto de tu vida como un campeón”. No es coincidencia que los mejores sean los primeros en llegar al entrenamiento y los últimos en irse, o pregúntenle a Messi, que llegó cinco días antes de que se acabaran sus vacaciones. Es el mismo que el sábado, un día después del nacimiento de su segundo hijo, le dio, con un golazo, la victoria a su equipo ante el Atlético. Eso es amor por el oficio, un ingrediente sin el cual sería imposible que los campeones soportaran el dolor de los entrenamiento y los fracasos que precedieron su éxito.

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