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Las canchas

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Antonio Casale
17 de octubre de 2010 - 03:53 p. m.
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Últimamente he visto partidos más emocionantes en el fútbol colombiano. Se trata mejor al balón, se piensa un poco más, se ven más goles y con la llegada de las últimas jornadas del torneo regular aparece la adrenalina propia de la clasificación. Se ha mejorado en un detalle simple, pero fundamental, las canchas.

Los puristas dirán, con razón que no hay marca en la mitad, que pocos equipos saben reagruparse cuando pierden la pelota, que las defensas en general son un desastre, que las escuadras lucen partidas y con muchos espacios entre líneas, que hay mucho vértigo y poco talento. Tienen razón, no puedo negar el pobre nivel en el que nos encontramos, pero dentro de todo ese desastre, aparte de las ganas que muestran muchos jugadores, el estado de las nuevas canchas en algunos estadios permite un mejor espectáculo.

Muchas canchas del país fueron objeto de reestructuración parar cumplirle a un mundial juvenil Fifa, a realizarse, extrañamente, en un país cuyo fútbol aparece cada día más envuelto en dineros de dudosa procedencia. Da gusto ver cómo rueda la pelota de manera adecuada en Bogotá, Medellín, Manizales, Barranquilla y Armenia. Veremos lo mismo en ciudades como Cali, Pereira y Cartagena.

Son canchas hechas específicamente para jugar al fútbol, eso sí, contradiciendo las sugerencias Fifa que, en el caso de Brasil para el Mundial 2014, sugirió que los nuevos estadios fueran construidos con propósitos “multiarena”, es decir, donde se puedan llevar a cabo también actividades distintas a este deporte. Sin embargo, es el legado positivo que le dejará el Mundial Sub-20 al fútbol colombiano. No. La inversión, por supuesto, es, en su mayoría del Estado, que bien podría actuar con la misma eficacia cuando de limpiar las instituciones de dineros calientes se trata.

Claro, como el Mundial no pasa por Cúcuta, Ibagué, Neiva o alguna de las ciudades donde se intenta jugar al fútbol en la B, allá seguiremos viendo seres humanos tratando de parar un balón, mientras este rebota en toda clase de obstáculos en un campo que más parece de rally que de fútbol.

Son verdaderos potreros, de esos donde se juega por el roscón y la gaseosa en el recreo, y no por el orgullo de representar a una región en el campeonato profesional en el país y, muchas veces, como en el caso del Tolima y el Huila, en el ámbito internacional.

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