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La campaña de Almirón en Nacional no es muy distinta a la de Lillo, pero genera confianza en el ambiente y eso cambia todo.
Números más, números menos, Lillo y Almirón hasta acá han rendido parecido. Sus equipos ganan por pocos goles de diferencia aunque uno sienta que en la cancha exista una superioridad manifiesta ante sus adversarios. El equipo del español elaboraba un poco más las jugadas, el de Almirón es más práctico, pero definitivamente se diferencian por poco.
El de Lillo se quedó por fuera en cuartos de final desde el punto penal (donde los técnicos no tienen mucha responsabilidad más allá de elegir a los pateadores) contra el Tolima. Es posible que el de Almirón le dé la vuelta al resultado contra el Cali, su nómina, sus pergaminos y la tabla de posiciones en la temporada regular indican que eso sería lo normal. Pero si no pasa, la gente se quedará más tranquila con Almirón de lo que se hubiera quedado con su antecesor. De hecho, con Lillo la gente nunca estuvo tranquila.
Mientras Lillo es maestro hasta de Guardiola pero no ha ganado nada, Almirón hizo historia con Lanús en Argentina. El español siempre ha sido ausente a asumir la responsabilidad con el resultado, el gaucho en cambio sabe que el resultado es lo primero. Los dos pregonan buenas maneras futbolísticas, pero el orden de las prioridades lo tienen invertido. Pero no es solo cuestión de practicidad en la cancha, el discurso de Almirón produce confianza en el entorno y eso es clave. El de Lillo producía tranquilidad entre los jugadores, pero no hacia afuera y por más que se quiera negar, el público y la prensa juegan un papel importante a la hora de darles seguridad a los protagonistas de un proyecto futbolístico.
Soy admirador de lo que profesa Lillo, pero debo reconocer que con las dos experiencias del español en Colombia aprendí que una cosa es ser maestro (no es poco) y otra es ser líder. Se necesitan cualidades distintas. Los maestros hacen uso de la palabra para enseñar, por los lideres hablan sus equipos en la cancha.
