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Lo correcto o lo necesario

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Antonio Casale
26 de enero de 2015 - 12:23 a. m.
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Varios deportes han asumido su rol como espejo de lo que debería ser una sociedad en cuanto a valores.

El fútbol o mejor, la industria del fútbol, está lejos de hacerlo.

El ciclismo, ensuciado durante muchos años por el dopaje, se hartó y lo erradicó. Redujeron trayectos, incluyeron más días de descanso en las grandes pruebas y maximizaron los controles a los ciclistas. Esas medidas se tomaron cuando el público y los patrocinadores se cansaron de dichas conductas. Hoy sus grandes exponentes, como Nairo Quintana, logran sus gestas libres de dopaje y entre ellos mismos protegen el desarrollo de un ciclismo limpio para el mundo.

Lo propio sucedió con el tenis. La tecnología del ojo de halcón erradicó las dudas de los jueces en los puntos en que la pelota golpeaba cerca de las líneas, lo que daba pie a que tenistas como Jimmy Connors o John McEnroe se valieran de ello para desconcentrar al rival y poner al público de su lado a punta de engaños y peleas con el árbitro. El show se favorecía, pero el deporte perdía. Rafa Nadal declaró hace poco que prefiere devolver todo lo ganado antes de hacer trampa. Hablaba de dopaje y amaño de partidos por apuestas, pero sin duda el ojo de halcón fue el que marcó el comienzo de un tenis limpio.

El fútbol, en cambio, es el arte de engañar, como bien lo describe Dante Panzeri en su libro Fútbol, dinámica de lo impensado, escrito a finales de la década del sesenta pero que resultó ser una profecía de lo que es este deporte hoy. Del engaño que permite con alegría la esencia del juego, como en el caso de una gambeta, al engaño promovido por la industria del fútbol hay mucho trecho. Los goles convertidos con la mano utilizada de manera intencional, los penaltis que se pitan después de que el jugador engaña al árbitro y otras tantas jugadas que a veces determinan campeonatos, ascensos y demás situaciones en las que hay tanto dinero de por medio, prestándose para todo tipo de suspicacias, podrían evitarse.

Incluir el análisis de las repeticiones instantáneas para que los jueces disminuyan a cero la posibilidad de equivocarse en las jugadas no potestativas es menester. El baloncesto de la NBA ya lo hace. No importan los ánimos calientes de la tribuna y los jugadores. Ellos hoy se sienten protegidos por un reglamento más justo.

También se hace necesaria la desaprobación general. Mientras en los medios se justifiquen estas acciones porque “así es el fútbol” y los hinchas aplaudan y conviertan en héroe al villano, va a ser difícil que quienes manejan el negocio accedan a cambiar. Para ellos es mejor dejar todo como está, de esa manera siempre habrá una luz para que, cuando se necesite, puedan manejar a su antojo los resultados.

La mayoría de los deportes promueven hacer lo correcto a pesar de las consecuencias. En cambio, la industria del fútbol promueve que se haga lo necesario para ganar, sin importar los medios que se utilicen.

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