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Columna de Antonio Casale: Lo que dejó Catar 2022

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Antonio Casale
19 de diciembre de 2022 - 01:21 a. m.
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El Mundial de Catar deja varias conclusiones interesantes. En primera medida, la inmensa incapacidad de la FIFA para entender, o no querer hacerlo, lo que pasa en el mundo. Así mismo quedó demostrada su infinita capacidad para imponerse con éxito a las adversidades. El juego logró, como siempre, que a todos se les olvidaran los atropellos sufridos por los trabajadores en la construcción de los estadios que causaron miles de muertes, los abusos de género y la manera como Catar compró su derecho a ser sede del evento. Y como el juego hace que todo se olvide, la FIFA organizó a su alrededor un gran espectáculo, como siempre.

Ya en la cancha fue un mundial que premió a los equilibrados por encima de los que atacaron o de los que se defendieron. Así como en clubes vemos presiones altas que asfixian a las defensas y son exitosas, en selecciones la cautela, las transiciones y el medio campo definieron todo. Ni las ofensivas Brasil e Inglaterra llegaron tan lejos como se esperaba ni las defensivas Marruecos y Croacia llegaron al partido definitivo. El título lo definieron dos selecciones que como Argentina y Francia no se obsesionaron con tener el balón o presionar arriba ni tampoco con meterse atrás. Más bien se dedicaron a leer el juego en función de cada rival que dejaron en el camino y se ocuparon de tener la mitad de la cancha del rival disponible para atacar.

La versatilidad táctica defensiva también fue interesante e innovadora. Hasta hace poco los esquemas eran rígidos y no se cambiaban siquiera de un partido a otro porque tenían muchas horas de trabajo. Los técnicos se morían con la suya. Pero equipos como Argentina fueron extremadamente versátiles en función del rival. Scaloni, el técnico más joven del certamen, presentó planteamientos con defensas de tres, cuatro y cinco hombres en diferentes juegos y dentro de los mismos las cambiaba con buenos resultados. Vimos cosas parecidas en Inglaterra, Portugal, Francia y Países Bajos, cada uno con sus matices.

En lo individual fue un mundial para el lucimiento de arqueros como Livakovic (de Croacia), Bonou (de Marruecos), Martínez (de Argentina) y Lloris (de Francia). Los cuatro mejores arqueros fueron los de los cuatro semifinalistas. No es coincidencia. También fue el mundial de la consagración de los centrocampistas. Pareciera que el que no cuente con al menos uno de esos, moderno, que marque y cree juego a la vez, está condenado al fracaso. Argentina puso on cuando encontró en Enzo Fernández a ese hombre. Francia tuvo a Rabiot y Marruecos a Amrabat, así como Bellingham, con más salida, brilló en Inglaterra y Casemiro fue lo mejor de Brasil. Después lo obvio, pero a la vez hermoso, el último baile mundialista de Messi y el simbolismo que significó haber jugado la final contra Mbappé, que recibe la posta como rey del fútbol para los próximos años.

El de 2026 seguro ya no será el del argentino o Cristiano Ronaldo. Será el de Mbappé, Vinícius, Bellingham, Julián Álvarez y ojalá Luis Díaz. En síntesis, ganó el fútbol por goleada porque el juego, hagan lo que hagan, siempre será más importante que el establecimiento.

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