El viernes se reunieron los directivos de la Premier League de Inglaterra, que incluye a la segunda, la tercera y la cuarta división, con la asociación de jugadores profesionales (allá los jugadores se reúnen con los directivos). Determinaron que dada la situación que se ha venido presentando como consecuencia de la crisis del coronavirus, ha llegado el momento de tomar soluciones compartidas. Todas las partes entendieron que se serán difíciles.
Las pérdidas serán millonarias y no se sabe cuándo volverán de nuevo las competiciones. Eso sí, cuando las condiciones lo permitan. Lo menos peor que puede pasar es que se retomen los torneos pendientes y se terminen de alguna manera, pero en esto nadie tiene certeza. Dejará de entrar mucho dinero por cuenta de los derechos de televisión, taquillas, patrocinios y mercadeo, entre otros rubros, por ende, la operación de los clubes se hace insostenible cada día que pasa.
El fútbol inglés es el que más millones mueve en el mundo en la actualidad. Comparar sus cifras con las de Colombia sería absurdo. Si allá están quebrados, ¿cómo será por acá? Pero más allá de las disímiles situaciones entre ellos y nosotros, llama la atención la manera como se encara la crisis. Mientras allá se buscan soluciones conjuntas entre los directivos y la materia prima de este deporte, los futbolistas, acá cada quien va por su lado, tomando decisiones, unas sensatas como las de Millonarios (establecer un tope salarial temporal para los que más ganan y así proteger a los empleados más vulnerables) o Atlético Nacional que no ha anunciado que podrá sostener toda la operación del club durante la crisis.
Pero hay otras ilegales y desafiantes como la de Jaguares que suspendió el contrato a 13 jugadores o Santa Fe que puso contra las cuerdas a sus jugadores al hacer una encuesta en Twitter para que los hinchas decidieran si se debe hacer, o no, una reducción de salarios durante la crisis.
Este es el momento en el que la Dimayor debería mostrarse unida. No hay que ser muy listo para entender que hay que dejar las diferencias atrás para tomar decisiones conjuntas que puedan salvar al fútbol colombiano de la peor crisis de su historia. Por primera vez los clubes pequeños pueden desaparecer, de nada sirve que sus votos hagan mayoría en las asambleas. Si ellos no promueven determinaciones que los perjudiquen lo menos posible ahora, serán los más afectados mañana. Pero para eso se necesita sentido común, solidaridad y sensatez, dos valores que hace rato están ausentes entre ellos.
